El 11 de marzo también nos sucedió…
No.
Vamos de nuevo… el 11 de marzo también sucedimos, acontecimos, hicimos, protagonizamos, forzamos, armamos, ganamos una de las grandes: después de la dictadura elegimos al Tío.
Vamos a hablar de Héctor Cámpora…
Acá sigue José Pablo Feinmann...
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Uno dice “Cámpora” y piensa en la primavera. Muy pocos pueden convocar algo tan florido, la mejor estación del año, los pibes en los parques, los pájaros y el amor a todo trapo. Porque la Primavera de Praga es de Praga, pero no es de ningún tipo. En cambio, la Primavera Camporista es de Cámpora, lleva su nombre. ¿Qué es políticamente una primavera? Es un raro momento de la Historia en que creemos que en el futuro espera la felicidad, tal como la sentimos en el presente y aún mejor. Un momento en que la Historia parece, para siempre, nuestra. Tan nuestra que nadie nos la podrá quitar.
Durante la Primavera tenemos una visión lineal de la Historia: la Historia avanza, incontenible, en la dirección de nuestros deseos. Más aún: la Historia existe para que, en ella, se realicen nuestros sueños.
Eso fue la Primavera Camporista. Duró poco. Fue un romance juvenil y todos sabemos que los romances juveniles son intensos, locos, pero breves.
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Cámpora no parecía destinado a ser un revolucionario. (Pero esto, objetivamente, terminó por ser.)
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Pasan los años y Cámpora pasa a ser el delegado de Perón, que está en Madrid, exiliado. Y aquí empieza a pasarle algo raro. Empieza a conocer a los pibes de la izquierda peronista. Se lleva bien con ellos. Los pibes le dicen “Tío”. Y a Cámpora le gusta: ¡ser el Tío de todos esos muchachos ruidosos, quilomberos y, algunos de ellos, amigos de los fierros! A los fierreros Perón les dice: “formaciones especiales”. Era la forma de integrarlos. Perón integraba todo, todo le servía, lo bueno, lo malo, lo infame.
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El 11 de marzo de 1973 gana cómodo. Le hacen, a la noche, un reportaje en la TV y dice: “¡Basta de golpear a nuestros muchachos!”. Le habían dicho que la policía golpeaba a los militantes que festejaban el triunfo.
El 25 de mayo asume. La plaza es una fiesta sin límites. Vienen Allende y Dorticós.
Es la jornada más triunfal de la izquierda revolucionaria en la Argentina. Cámpora dicta la ley de amnistía y todos los presos salen a la calle, a festejar, a vivir la primavera. Allende, por televisión, dice: “¿Cómo no le habrá de ir bien a este gobierno? Vean ustedes el apoyo de masas que tiene”. Le faltaban tres meses para caer. A Cámpora, 45 días. Restablece relaciones con Vietnam del Norte. Dice un discurso combativo desde el balcón de la Rosada. Luego intenta gobernar.
Perón lo llama a Madrid. Duro y fiero, le reprocha sus vínculos con la JP. Cámpora, rebelde, ya no obsecuente, le dice: “Usted pensará como quiera, general. Pero si yo soy Presidente es por usted y por la Juventud Peronista”.
Acá sigo yo…
Murió en México, después de años de exilio en la embajada de la calle Arcos. Pasé por la puerta una vez y me detuve para imaginar cómo había sido la operación comando que armaron para poder burlar la vigilancia que hacían los milicos, sabiendo que el de México era territorio seguro y solidario para los perseguidos. Como haciéndose los boludos, los mexicanos dejaron por unos segundos el portón abierto y ahí apareció el Renault 12, en contramano, metiéndose en el jardín de la embajada como venía, a los saltos, hasta que se paró el motor. Y ahí quedaron Héctor padre y Héctor hijo.
Final J.P.F…
“Che, Camporita, ¿qué hora es?” Es la suya, querido Tío. La hora en que lo recordamos como lo que usted fue. Algo insólito, extraordinario: un hombre bueno. Llevamos su primavera en el corazón. La llevamos, entre otras cosas, porque nunca más tuvimos otra. Pero todavía estamos aquí, y esperamos.
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