10 noviembre 2010

HAZ UN FÉRETRO PEQUEÑO

Hoy es un día nefasto. Un doloroso adiós a Santiaguito, nieto de nuestro hermano Nene Ávalos. Vaya desde aquí una mano en el hombro y como dice la canción venezolana "...y un pañuelito / para llorar". Un abrazo con el alma, Nene. El resto vos lo sabés.

Carpintero, haz un féretro pequeño
de madera olorosa,
se nos ha muerto un sueño,
algo que era entre el pájaro y la rosa.
Fue su vida exterior tan imprecisa
que sólo se lo vio cuando asomaba
al trémulo perfil de una sonrisa
o al tono de la voz que lo nombraba...
Mas que te importa el nombre, carpintero,
era un sueño de amor, tu mano clave
pronto las tablas olorosas, quiero
enterrar hondo el sueño flor y ave.
¡Al compás del martillo suena un canto!
'No vayas al campo santo,
porque los sueños de amor
no mueren, se muda en llanto
su forma de ave y de flor'
(Conrado Nalé Roxlo)

15 septiembre 2010

AYER HUBIERA CUMPLIDO LOS 90

Se llamaba Mario Orlando Hardi Hamlet Breno Benedetti Farrugia pero los amigos le decíamos simplemente Mario Bendetti. ¿Cómo no sentirse amigo o al menos identificado con un tipo que escribía cosas como esta:
LA NOCHE DE LOS FEOS
Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.
Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.
Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos - de la mano o del brazo - tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.
Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.
Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.
Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.
La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.
La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.
Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.
"¿que está pasando)", le pregunté.
Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.
"Un lugar común", dijo. "Tal para cual".
Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba transpasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.
"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?"
"Sí", dijo, todavía mirándome.
"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida."
"Sí."
Por primera vez no pudo sostener mi mirada.
"Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo."
"¿Algo cmo qué?"
"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."
Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.
"Prométame no tomarme como un chiflado."
"Prometo."
"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?"
"No."
"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"
Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.
"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."
Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.
"Vamos", dijo.
No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.
Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.
En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.
Tube que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos ( al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.
Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.
Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.
Saludos Don Mario. Domo dijo Alfredo Leuco: "QUE EN POESÍA DESCASE"

22 agosto 2010

ELVIO ROMERO


Elvio Romero, poeta nacido en Yegros, Paraguay, (1926-2004)
Desde muy joven escribió poesía y desde 1947, año en que tuvo que exiliarse en Argentina.
Se dedicó además a ayudar a tenderles la mano a quienes como él andaban perseguidos.
A él escribió Nicolás Guillén: .
Elvio Romero, mi hermano
yo partiría en un vuelo
de avión o ave marina,
mar a mar y cielo a cielo,
hacia el Paraguay lejano
de lumbre sangrienta y fina.
(…)
Que sí

me respondió Elvio Romero
que no;
hermano, será primero
que pueda ir yo.
(data obtenida de una página que recomiendo: http://cienalmas.blogspot.com)



11 agosto 2010

PARA LOS AMANTES DE LOS PÁJAROS

Una obra que pertenece a letra y musica a un cantautor (no me gusta mucho esa palabra y no se por qué) llamado Mario Díaz. Un reclamo contra los depredadores de dos piernas que saquean de trinos el monte para venderlos enjaulados por unas monedas.
Vaya para los amantes de los pájaros y los defensores de la naturaleza, encarnadas en este caso en dos mujeres que adoro: Amancay, la madre de mis hijos menores y la Carol.
Medio tristón el tema, pero, junto con "Pare" (Padre) de Joan Manuel Serrat, son dos himnos maravillosos cantos a favor de la ecología (ajunto más abajo el link y la traducción)
(esta es la letra en español que canta el Cuarteto Vocal Zupay)
Padre decidme que le han hecho al río que ya no canta
Resbala como una pez que amortajó la espuma blanca
Padre, que el río ya no es el río
Padre antes que vuelva el verano (estío)
guarda lo que aun tenga vida
Padre decidme que le han hecho
al bosque que ya no hay arboles
En invierno fuego no habrá
ni en el verano sombra fresca
Padre, que el bosque ya no es el bosque
Padre, antes de la oscuridad nuestro granero llená
Sin leñas ni peces, padre
habrá que quemar la barca
Labrar trigo entre las ruinas,padre
echar cerrojo a la casa y decía usted
Padre, si no hay pinar
no habrá piñones, larvas ni aves
Padre, donde no hay flores
no hay abejas cera ni miel
Padre que el campo ya no es el campo
Padre del cielo lloverá sangre
El viento lo esta llorando
Padre ya están aquí
Monstruos de carne larvas de hierro
Padre no, no tengáis miedo
decid que no que yo os espero
Padre que están matando a tierra
Padre, dejad de llorar que nos han declarao la guerra

06 agosto 2010

PARECE QUE FUE AYER...


"Parece que fue ayer que eras mi novia y te llevaba del brazo" canta Armando Manzanero en un maravilloso bolero que recomiendo.
Y parece que fue ayer, el ayer de hace 48 años y no el ayer de hoy 6 de agosto del 2010, que se oscureciera el sol de la diosa Marilyn para dar paso al amanecer de su mito.
Y ¿quien de los mayorcitos varones no se sintió alguna vez novio de Norma Jean Baker, más conocida como Marilyn Monroe?)
Esto escribìa Ernesto Cardenal
Oración por Marilyn Monroe
Señor
recibe a esta muchacha conocida en toda la tierra con el nombre de
Marilyn Monroe
aunque ése no era su verdadero nombre
(pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a
los 9 años
y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar)
y ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje
sin su Agente de Prensa
sin fotógrafos y sin firmar autógrafos
sola como un astronauta frente a la noche espacial.

Ella soñó cuando niña que estaba desnuda en una iglesia
(según cuenta el Time)
ante una multitud postrada, con las cabezas en el suelo
y tenía que caminar en puntillas para no pisar las cabezas.
Tú conoces nuestros sueños mejor que los psiquiatras.
Iglesia, casa, cueva, son la seguridad del seno materno
pero también más que eso…
Las cabezas son los admiradores, es claro
(la masa de cabezas en la oscuridad bajo el chorro de luz)
Pero el templo no son los estudios de la 20 th Century-Fox.
El templo –de mármol y oro- es el templo de su cuerpo
en el que está el Hijo del Hombre con un látigo en la mano
expulsando a los mercaderes de la 20 th Century-Fox
que hicieron de Tu casa de oración una cueva de ladrones.
Señor
en este mundo contaminado de pecados y radioactividad
Tú no culparás tan sólo a una empleadita de tienda.
Que como toda empleadita de tienda soñó ser estrella de cine.
Y su sueño fue realidad (pero como la realidad del tecnicolor).
Ella no hizo sino actuar según el script que le dimos
-el de nuestras propias vidas- Y era un script absurdo.
Perdónala Señor y perdónanos a nosotros
por nuestra 20 th Century
Por esta Colosal Super-Producción en que todos hemos trabajado.
Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes
para la tristeza de no ser santos
se le recomendó el Psicoanálisis.

Recuerda, Señor su creciente pavor a la cámara
y el odio al maquillaje –insistiendo en maquillarse en cada escena-
y cómo se fue haciendo mayor el horror
y mayor la impuntualidad a los estudios.

Como toda empleada de tienda
soñó ser estrella de cine.
Y su vida fue irreal como un sueño que un psiquiatra interpreta y archiva.

Sus romances fueron un beso con los ojos cerrados
que cuando se abren los ojos
se descubre que fue bajo reflectores
¡y apagan los reflectores!
y desmontan las dos paredes del aposento (era un set cinematográfico)
mientras el Director se aleja con su libreta
porque la escena ya fue tomada.
O como un viaje en yate, un beso en Singapur, un baile en Río
la recepción en la mansión del Duque y la Duquesa de Windsor
vistos en la salita del apartamento miserable.

La película terminó sin el beso final.
La hallaron muerta en su cama con la mano en el teléfono.
Y los detectives no supieron a quién iba a llamar.
Fue
como alguien que ha marcado el número de la única voz amiga
y oye tan sólo la voz de un disco que le dice: WRONG NUMBER.
O como alguien que herido por los gangsters
alarga la mano a un teléfono desconectado.

Señor
quienquiera que haya sido el que ella iba a llamar
y no llamó (y tal vez no era nadie
o era Alguien cuyo número no está en el Directorio de Los Angeles
¡contesta Tú el teléfono!
De: Oración por Marilyn Monroe y otros poemas
La foto fue bajada de un sitio fantástico que recomiendo fervorosamente. Lo lleva adelante Juan S. D. Toro: Esta es la dirección:
P.D.: Tanto el Walter como yo somos devotos de la iglesia de esa diosa. Y si... somos politeístas. Cuando en la presentaciçon yo digo que amamos a las misma mujeres, ésta es una de ellas. Larga vida a Marilyn

25 julio 2010

CUALQUIER DÍA MIS AMIGOS TIENEN LAS PUERTAS ABIERTAS

No me preocupa demasiado el asunto de la fecha, pero me motivó y recordé este poema de Armando Tejada Gómez que recordábamos con mi querido compadre Chito cada vez que encendíamos un fueguito pa' quemar algo y reunirnos con los amigos alrededor de la acogedora mesa de Eduardo. Vaya mi cariñoso recuerdo para Claudio Sánchez, el Pato, el Yayo, Ocasionalmente el Martín. Además In memorian levanto mi nostalgia en la copa para brindar con el Chito que siempre anda a mi lado... corrigendo lo que hago, obviamente.


Milonga de los asados
Cuando el día clava el cacho
igual que un toro cansado
y se va yendo la tarde
detrás del último pájaro,
veo venir los amigos
por el crepúsculo manso
y un fino polvo de júbilo
se levanta de sus pasos.
En la leña, quema avispas
el corazón del quebracho.

Ahí viene Jorge Perino,
overol condecorado,
las manos de amasar fierros
en su oficio de mecánico.
Antonio López, neuquino,
mapuche en los medanales,
llega de ordenar los vientos
por El Chocón proletario.
El flaco Canelles viene,
cordobés del Cordobazo:
trae en su paso sereno
el rumor de los plenarios.
María Elena Moyano,
mendocina hasta la enagua,
que, como la yerba mora
desciende del agua clara
y mi compadre Andrés Tello,
por encima de los pájaros,
se sueña hornero y despierta
sobre el ala del andamio;
que en este país que somos
ya tiniebla, ya relámpago,
la amistad celebra misa
en el ritual del asado.

La noche, madre del humo,
riega sombras por el patio
donde, lento como el tiempo
sueña a chicharra el asado.
El vino, padre del sueño,
despierta de su letargo
y entra como un río nuevo
al secadal de la sangre.
En cada vaso de vino
hay siempre un trago de marzo.

Uno viene de la vida
con la ternura a destajo,
esquivando a la tristeza
que lo quiere solitario.
Uno anda comiendo sombras
por los rincones del alma
tropezando con la muerte
y cuerpeando a la nostalgia,
hasta que funda un amigo
sobre un nido de palabras
y entonces parte y comparte
la soledad por mitades.
Uno no es hombre de golpe:
va siendo, como la rama
y se va haciendo entre amigos,
semejante y semejanza.

Cuando mi argentina gente
se reúne en los asados,
enseña un modo de ser
generoso y solidario,
porque el que asa para él solo
suele morir de arrebato
y aunque le saquen la brasa
lo mismo queda pasmado.
Son las vueltas de la vida
y a vueltas se hace el asado.

Cuando la luna curiosa
se sube a los altos álamos,
me gusta cantar a dúo
y compartirme en el canto.
Entonces me crece el sueño
de un día no muy lejano
en el que mi pueblo macho
amanezca liberado.
¡Va a ser de ver por el cielo
el humo de los asados!

En Canto Popular de las Comidas. Premio Casa de las Américas. Cuba.1974.

24 julio 2010

DONDE EXISTE UNA NECESIDAD NACE UN DERECHO

Para escuchar a Copani (si...ya seee. Es un fanático de River, lo cual no es nada si dejamos de lado lo recalcitrante de esa militancia) que canta con profunda emoción a nuestra abanderada.

VIVA EL CÁNCER

En el año 1952 moría María Eva Duarte de Perón. Un 26 de julio. Fecha que recuerdo por que también era el cumpleaños de mi viejo que se fue hace una parva de años, pero tengo presente su cumpleaños siempre, por la extraña coincidencia del día de su nacimiento y el día de su muerte un 2 de julio, un día posterior a la fecha en que se conmemora la muerte de el General Perón.
Él (mi viejo) ganso hasta las plumas, casado con una maestra que despotricaba contra Evita, defestrándola, denostándola como tantas otras maestras que la llamaban "puta". Justamente ellos parieron un hijo que termina haciendo un homenaje a la abanderada de los humildes.

¡Viva el cáncer!, escribió alguna mano enemiga en un muro de Buenos Aires. La odiaban, la odian los biencomidos: por pobre, por mujer, por insolente. Ella los desafía hablando y los ofendía viviendo. Nacida para sirvienta, o a lo sumo para actriz de melodramas baratos. Evita se había salido de su lugar. La querían, la quieren los malqueridos; por su boca ellos decían y maldecían. Además Evita era el hada rubia que abrazaba al leproso y al haraposo y daba paz al desesperado, el incesante manantial que prodigaba empleos y colchones, zapatos y máquinas de coser, dentaduras postizas, ajuares de novia. Los míseros recibían estas caridades desde al lado, no desde arriba, aunque Evita luciera joyas despampanantes y en pleno verano ostentara abrigos de visón. No es que le perdonaran el lujo: se lo celebraban. No se sentía el pueblo humillado sino vengado por sus atavíos de reina. Ante el cuerpo de Evita, rodeado de claveles blancos desfila el pueblo llorando. Día tras día, noche tras noche, la hilera de antorchas: una caravana de dos semanas de largo. Suspiran aliviados los usureros, los mercaderes, los señores de la tierra. Muerta Evita, el presidente Perón es un cuchillo sin filo."

HABLANDO DE LA MUERTE

Es es un tema álgido, es cierto. Pero leyendo y escuchando diversas cosas, uno descubre el prifundo amor que tienen algunos poetas enamorados que barajan la suya y piensan que van a dejar a su enamorada. Pero quieren que el que queda siga viviendo, que sea feliz.
Vean sino estas dos manifestaciones: Neruda, con su SONETO XCIV

Si muero sobrevíveme con tanta fuerza pura
que despiertes la furia del pálido y del frío,
de sur a sur levanta tus ojos indelebles,
de sol a sol que suene tu boca de guitarra.

No quiero que vacilen tu risa ni tus pasos,
no quiero que se muera mi herencia de alegría,
no llames a mi pecho, estoy ausente.
Vive en mi ausencia como en una casa.

Es una casa tan grande la ausencia
que pasarás en ella a través de los muros
y colgarás los cuadros en el aire.

Es una casa tan transparente la ausencia
que yo sin vida te veré vivir
y si sufres, mi amor, me moriré otra vez.

Y a Víctor Heredia, en un tema que cada vez que lo escucho, termino con los ojos anegados. Así y todo les digo: disfrútenlo.

22 julio 2010

ES UN POCO LARGO... PERO VALE LA PENA

Es otro cuento de Juan Rulfo (ya lo había subido con el título TÓMENSE UN MOMENTO) que me parece una maravilla. Les aconsejo que vayan leyendo a la par que lo van escuchando en la voz de su autor con un fondito de música del Juan Lázaro Méndolas que yo, humildemente, le acerqué.

este es el link:

Luvina

De los cerros altos del sur, el de Luvina es el más alto y el más pedregoso. Está plagado de esa piedra gris con la que hacen la cal, pero en Luvina no hacen cal con ella ni le sacan ningún provecho. Allí la llaman piedra cruda, y la loma que sube hacia Luvina la nombran Cuesta de la Piedra Cruda. El aire y el sol se han encargado de desmenuzarla, de modo que la tierra de por allí es blanca y brillante como si estuviera rociada siempre por el rocío del amanecer; aunque esto es un puro decir, porque en Luvina los días son tan fríos como las noches y el rocío se cuaja en el cielo antes que llegue a caer sobre la tierra.

...Y la tierra es empinada. Se desgaja por todos lados en barrancas hondas, de un fondo que se pierde de tan lejano. Dicen los de Luvina que de aquellas barrancas suben los sueños; pero yo lo único que vi subir fue el viento, en tremolina, como si allá abajo lo hubieran encañonado en tubos de carrizo. Un viento que no deja crecer ni a las dulcamaras: esas plantitas tristes que apenas si pueden vivir un poco untadas en la tierra, agarradas con todas sus manos al despeñadero de los montes. Sólo a veces, allí donde hay un poco de sombra, escondido entre las piedras florece el chicalote con sus amapolas blancas. Pero el chicalote pronto se marchita. Entonces uno lo oye rasguñando el aire con sus ramas espinosas, haciendo un ruido como el de un cuchillo sobre una piedra de afilar.

–Ya mirará usted ese viento que sopla sobre Luvina. Es pardo. Dicen que porque arrastra arena de volcán; pero lo cierto es que es un aire negro. Ya lo verá usted. Se planta en Luvina prendiéndose de las cosas como si las mordiera. Y sobran días en que se lleva el techo de las casas como si se llevara un sombrero de petate, dejando los paredones lisos, descobijados. Luego rasca como si tuviera uñas: uno lo oye mañana y tarde, hora tras hora, sin descanso, raspando las paredes, arrancando tecatas de tierra, escarbando con su pala picuda por debajo de las puertas, hasta sentirlo bullir dentro de uno como si se pusiera a remover los goznes de nuestros mismos huesos. Ya lo verá usted.

El hombre aquel que hablaba se quedó callado un rato, mirando hacia afuera.

Hasta ellos llegaba el sonido del río pasando sus crecidas aguas por las ramas de los camichines, el rumor del aire moviendo suavemente las hojas de los almendros, y los gritos de los niños jugando en el pequeño espacio iluminado por la luz que salía de la tienda.

Los comejenes entraban y rebotaban contra la lámpara de petróleo, cayendo al suelo con las alas chamuscadas. Y afuera seguía avanzando la noche.

–¡Oye, Camilo, mándanos otras dos cervezas más! –volvió a decir el hombre. Después añadió:

–Otra cosa, señor. Nunca verá usted un cielo azul en Luvina. Allí todo el horizonte está desteñido; nublado siempre por una mancha caliginosa que no se borra nunca. Todo el lomerío pelón, sin un árbol, sin una cosa verde para descansar los ojos; todo envuelto en el calín ceniciento. Usted verá eso: aquellos cerros apagados como si estuvieran muertos y a Luvina en el más alto, coronándolo con su blanco caserío como si fuera una corona de muerto...

Los gritos de los niños se acercaron hasta meterse dentro de la tienda. Eso hizo que el hombre se levantara, fuera hacia la puerta y les dijera: “¡Váyanse más lejos! ¡No interrumpan! Sigan jugando, pero sin armar alboroto.”

Luego, dirigiéndose otra vez a la mesa, se sentó y dijo:

–Pues sí, como le estaba diciendo. Allá llueve poco. A mediados de año llegan unas cuantas tormentas que azotan la tierra y la desgarran, dejando nada más el pedregal flotando encima del tepetate. Es bueno ver entonces cómo se arrastran las nubes, cómo andan de un cerro a otro dando tumbos como si fueran vejigas infladas; rebotando y pegando de truenos igual que si se quebraran en el filo de las barrancas. Pero después de diez o doce días se van y no regresan sino al año siguiente, y a veces se da el caso de que no regresen en varios años.

“...Sí, llueve poco. Tan poco o casi nada, tanto que la tierra, además de estar reseca y achicada como cuero viejo, se ha llenado de rajaduras y de esa cosa que allí llaman ‘pasojos de agua’, que no son sino terrones endurecidos como piedras filosas que se clavan en los pies de uno al caminar, como si allí hasta a la tierra le hubieran crecido espinas. Como si así fuera.”

Bebió la cerveza hasta dejar sólo burbujas de espuma en la botella y siguió diciendo:

–Por cualquier lado que se le mire, Luvina es un lugar muy triste. Usted que va para allá se dará cuenta. Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza. Donde no se conoce la sonrisa, como si a toda la gente se le hubiera entablado la cara. Y usted, si quiere, puede ver esa tristeza a la hora que quiera. El aire que allí sopla la revuelve, pero no se la lleva nunca. Está allí como si allí hubiera nacido. Y hasta se puede probar y sentir, porque está siempre encima de uno, apretada contra de uno, y porque es oprimente como un gran cataplasma sobre la viva carne del corazón.

“...Dicen los de allí que cuando llena la luna, ven de bulto la figura del viento recorriendo las calles de Luvina, llevando a rastras una cobija negra; pero yo siempre lo que llegué a ver, cuando había luna en Luvina, fue la imagen del desconsuelo... siempre.

”Pero tómese su cerveza. Veo que no le ha dado ni siquiera una probadita. Tómesela. O tal vez no le guste así tibia como está. Y es que aquí no hay de otra. Yo sé que así sabe mal; que agarra un sabor como a meados de burro. Aquí uno se acostumbra. A fe que allá ni siquiera esto se consigue. Cuando vaya a Luvina la extrañará. Allí no podrá probar sino un mezcal que ellos hacen con una yerba llamada hojasé, y que a los primeros tragos estará usted dando de volteretas como si lo chacamotearan. Mejor tómese su cerveza. Yo sé lo que le digo.”

Allá afuera seguía oyéndose el batallar del río. El rumor del aire. Los niños jugando. Parecía ser aún temprano, en la noche.

El hombre se había ido a asomar una vez más a la puerta y había vuelto. Ahora venía diciendo:

–Resulta fácil ver las cosas desde aquí, meramente traídas por el recuerdo, donde no tienen parecido ninguno. Pero a mí no me cuesta ningún trabajo seguir hablándole de lo que sé, tratándose de Luvina. Allá viví. Allá dejé la vida... Fui a ese lugar con mis ilusiones cabales y volví viejo y acabado. Y ahora usted va para allá... Está bien.

Me parece recordar el principio. Me pongo en su lugar y pienso... Mire usted, cuando yo llegué por primera vez a Luvina... ¿Pero me permite antes que me tome su cerveza? Veo que usted no le hace caso. Y a mí me sirve de mucho. Me alivia. Siento como si me enjuagara la cabeza con aceite alcanforado... Bueno, le contaba que cuando llegué por primera vez a Luvina, el arriero que nos llevó no quiso dejar siquiera que descansaran las bestias. En cuanto nos puso en el suelo, se dio media vuelta:

“–Yo me vuelvo– nos dijo.

–“Espera, ¿no vas a dejar sestear tus animales? Están muy aporreados.

“–Aquí se fregarían más –nos dijo– mejor me vuelvo.

“Y se fue dejándose caer por la Cuesta de la Piedra Cruda, espoleando sus caballos como si se alejara de algún lugar endemoniado.

“Nosotros, mi mujer y mis tres hijos, nos quedamos allí, parados en la mitad de la plaza, con todos nuestros ajuares en nuestros brazos. En medio de aquel lugar en donde sólo se oía el viento...

“Una plaza sola, sin una sola yerba para detener el aire. Allí nos quedamos.

“Entonces yo le pregunté a mi mujer:

“–¿En qué país estamos, Agripina?

“Y ella se alzó de hombros.

“–Bueno, si no te importa, ve a buscar dónde comer y dónde pasar la noche. Aquí te aguardamos –le dije–.

“Ella agarró al más pequeño de sus hijos y se fue. Pero no regresó.

“Al atardecer, cuando el sol alumbraba sólo las puntas de los cerros, fuimos a buscarla. Anduvimos por los callejones de Luvina, hasta que la encontramos metida en la iglesia: sentada mero en medio de aquella iglesia solitaria, con el niño dormido entre sus piernas.

“–¿Qué haces aquí Agripina?

“–Entré a rezar –nos dijo.

“–¿Para qué? –le pregunté yo.

“Y ella se alzó de hombros.

“Allí no había a quién rezarle. Era un jacalón vacío, sin puertas, nada más con unos socavones abiertos y un techo resquebrajado por donde se colaba el aire como por un cedazo.

“–¿Dónde está la fonda?

“–No hay ninguna fonda.

“–¿Y el mesón?

“–No hay ningún mesón

“–¿Viste a alguien? ¿Vive alguien aquí? –le pregunté.

“–Sí, allí enfrente... unas mujeres... Las sigo viendo. Mira, allí tras las rendijas de esa puerta veo brillar los ojos que nos miran... Han estado asomándose para acá... Míralas. Veo las bolas brillantes de su ojos... Pero no tienen qué darnos de comer. Me dijeron sin sacar la cabeza que en este pueblo no había de comer... Entonces entré aquí a rezar, a pedirle a Dios por nosotros.

“–¿Porqué no regresaste allí? Te estuvimos esperando.

“–Entré aquí a rezar. No he terminado todavía.

“–¿Qué país éste, Agripina?

“ Y ella volvió a alzarse de hombros.

“Aquella noche nos acomodamos para dormir en un rincón de la iglesia, detrás del altar desmantelado. Hasta allí llegaba el viento, aunque un poco menos fuerte. Lo estuvimos oyendo pasar encima de nosotros, con sus largos aullidos; lo estuvimos oyendo entrar y salir de los huecos socavones de las puertas; golpeando con sus manos de aire las cruces del viacrucis: unas cruces grandes y duras hechas con palo de mezquite que colgaban de las paredes a todo lo largo de la iglesia, amarradas con alambres que rechinaban a cada sacudida del viento como si fuera un rechinar de dientes.

“Los niños lloraban porque no los dejaba dormir el miedo. Y mi mujer, tratando de retenerlos a todos entre sus brazos. Abrazando su manojo de hijos. Y yo allí, sin saber qué hacer.

“Poco después del amanecer se calmó el viento. Después regresó. Pero hubo un momento en esa madrugada en que todo se quedó tranquilo, como si el cielo se hubiera juntado con la tierra, aplastando los ruidos con su peso... Se oía la respiración de los niños ya descansada. Oía el resuello de mi mujer ahí a mi lado:

“–¿Qué es? –me dijo.

“–¿Qué es qué? –le pregunté.

“–Eso, el ruido ese.

“–Es el silencio. Duérmete. Descansa, aunque sea un poquito, que ya va a amanecer.

“Pero al rato oí yo también. Era como un aletear de murciélagos en la oscuridad, muy cerca de nosotros. De murciélagos de grandes alas que rozaban el suelo. Me levanté y se oyó el aletear más fuerte, como si la parvada de murciélagos se hubiera espantado y volara hacia los agujeros de las puertas. Entonces caminé de puntitas hacia allá, sintiendo delante de mí aquel murmullo sordo. Me detuve en la puerta y las vi. Vi a todas las mujeres de Luvina con su cántaro al hombro, con el rebozo colgado de su cabeza y sus figuras negras sobre el negro fondo de la noche.

“–¿Qué quieren? –les pregunté– ¿Qué buscan a estas horas?

“ Una de ellas respondió:

“–Vamos por agua.

“Las vi paradas frente a mí, mirándome. Luego, como si fueran sombras, echaron a caminar calle abajo con sus negros cántaros.

“ No, no se me olvidará jamás esa primera noche que pasé en Luvina.

“...¿No cree que esto se merece otro trago? Aunque sea nomás para que se me quite el mal sabor del recuerdo.”

–Me parece que usted me preguntó cuántos años estuve en Luvina, ¿verdad...? La verdad es que no lo sé. Perdí la noción del tiempo desde que las fiebres me lo enrevesaron; pero debió haber sido una eternidad... Y es que allá el tiempo es muy largo. Nadie lleva la cuenta de las horas ni a nadie le preocupa cómo van amontonándose los años. Los días comienzan y se acaban. Luego viene la noche. Solamente el día y la noche hasta el día de la muerte, que para ellos es una esperanza.

“Usted ha de pensar que le estoy dando vueltas a una misma idea. Y así es, sí señor... Estar sentado en el umbral de la puerta, mirando la salida y la puesta del sol, subiendo y bajando la cabeza, hasta que acaban aflojándose los resortes y entonces todo se queda quieto, sin tiempo, como si viviera siempre en la eternidad. Esto hacen allí los viejos.

“Porque en Luvina sólo viven los puros viejos y los que todavía no han nacido, como quien dice... Y mujeres sin fuerzas, casi trabadas de tan flacas. Los niños que han nacido allí se han ido... Apenas les clarea el alba y ya son hombres. Como quien dice, pegan el brinco del pecho de la madre al azadón y desaparecen de Luvina. Así es allí la cosa.

“Sólo quedan los puros viejos y las mujeres solas, o con un marido que anda donde sólo Dios sabe dónde... Vienen de vez en cuando como las tormentas de que les hablaba; se oye un murmullo en todo el pueblo cuando regresan y un como gruñido cuando se van... Dejan el costal de bastimento para los viejos y plantan otro hijo en el vientre de sus mujeres, y ya nadie vuelve a saber de ellos hasta el año siguiente, y a veces nunca... Es la costumbre. Allí le dicen la ley, pero es lo mismo. Los hijos se pasan la vida trabajando para los padres como ellos trabajaron para los suyos y como quién sabe cuántos atrás de ellos cumplieron con su ley...

“Mientras tanto, los viejos aguardan por ellos y por el día de la muerte, sentados en sus puertas, con los brazos caídos, movidos sólo por esa gracia que es la gratitud del hijo... Solos, en aquella soledad de Luvina.

“Un día traté de convencerlos de que se fueran a otro lugar, donde la tierra fuera buena. ‘¡Vámonos de aquí! –les dije–. No faltará modo de acomodarnos en alguna parte. El Gobierno nos ayudará.’

“Ellos me oyeron, sin parpadear, mirándome desde el fondo de sus ojos, de los que sólo se asomaba una lucecita allá muy adentro.

“–¿Dices que el Gobierno nos ayudará, profesor? ¿Tú conoces al Gobierno?

“Les dije que sí.

“–También nosotros lo conocemos. Da esa casualidad. De lo que no sabemos nada es de la madre de Gobierno.

“Yo les dije que era la Patria. Ellos movieron la cabeza diciendo que no. Y se rieron. Fue la única vez que he visto reír a la gente de Luvina. Pelaron los dientes molenques y me dijeron que no, que el Gobierno no tenía madre.

“Y tienen razón, ¿sabe usted? El señor ese sólo se acuerda de ellos cuando alguno de los muchachos ha hecho alguna fechoría acá abajo. Entonces manda por él hasta Luvina y se lo matan. De ahí en más no saben si existe.

“–Tú nos quieres decir que dejemos Luvina porque, según tú, ya estuvo bueno de aguantar hambres sin necesidad –me dijeron–. Pero si nosotros nos vamos, ¿quién se llevará a nuestros muertos? Ellos viven aquí y no podemos dejarlos solos.

“Y allá siguen. Usted los verá ahora que vaya. Mascando bagazos de mezquite seco y tragándose su propia saliva para enbgañar el hambre. Los mirará pasar como sombras, repegados al muro de las casas, casi arrastrados por el viento.

“–¿No oyen ese viento? –les acabé por decir–. Él acabará con ustedes.

“–Dura lo que debe de durar. Es el mandato de Dios –me contestaron–. Malo cuando deja de hacer aire. Cuando eso sucede, el sol se arrima mucho a Luvina y nos chupa la sangre y la poca agua que tenemos en el pellejo. El aire hace que el sol se esté allá arriba. Así es mejor.

“Ya no volví a decir nada. Me salí de Luvina y no he vuelto ni pienso regresar.

“...Pero mire las maromas que da el mundo. Usted va para allá ahora, dentro de pocas horas. Tal vez ya se cumplieron quince años que me dijeron a mí lo mismo: ‘Usted va a ir a San Juan Luvina.’

En esa época tenía yo mis fuerzas. Estaba cargado de ideas... Usted sabe que a todos nosotros nos infunden ideas. Y uno va con esa plata encima para plasmarla en todas partes. Pero en Luvina no cuajó eso. Hice el experimento y se deshizo...

“San Juan Luvina. Me sonaba a nombre de cielo aquel nombre. Pero aquello es el purgatorio. Un lugar moribundo donde se han muerto hasta los perros y ya no hay ni quien le ladre al silencio; pues en cuanto uno se acostumbra al vendaval que allí sopla, no se oye sino el silencio que hay en todas las soledades. Y eso acaba con uno. Míreme a mí. Conmigo acabó. Usted que va para allá comprenderá pronto lo que le digo..

“¿Qué opina usted si le pedimos a este señor que nos matice unos mezcalitos? Con la cerveza se levanta uno a cada rato y eso interrumpe mucho la plática. ¡Oye , Camilo, mándanos ahora unos mezcales!

“Pues sí, como le estaba yo diciendo...”

Pero no dijo nada. Se quedó mirando un punto fijo sobre la mesa donde los comejenes ya sin sus alas rondaban como gusanitos desnudos.

Afuera seguía oyéndose cómo avanzaba la noche. El chapoteo del río contra los troncos de los camichines. El griterío ya muy lejano de los niños. Por el pequeño cielo de la puerta se asomaban las estrellas.

El hombre que miraba a los comejenes se recostó sobre la mesa y se quedó dormido.

Juan Rulfo

17 junio 2010







Algunos de los cientos de vehículos destruidos por las bombas antipatrias.

Ayer se cumplieron 55 años del mayor atentado terrorista perpetrado en Buenos Aires; del único bombardeo en el siglo XX de una ciudad abierta, en el continente americano: El bombardeo de la Plaza de Mayo y la Ciudad de Buenos Aires por 29 aparatos de la aviación naval y 6 aviones de la Fuerza Aérea Argentina.

Participaron en él 100 oficiales de la Marina de Guerra y 14 oficiales de la Fuerza Aérea Argen­tina. Hoy se sabe que murieron como mínimo 2.138 personas y hubo más de 3.800 heri­dos.

El 95% de las víctimas fueron civiles desarmados. Trabajadores, profesionales, niños, ancianos y mujeres que fueron despedazados con bombas de fragmentación, quemados vivos con com­bustible de los tanques auxiliares de los aviones atacantes que lo arrojaron luego de que se les terminara las bombas.

Para dimensionar esta tragedia debe destacarse que el símbolo de ataque aéreo de población civil desarmada en el pasado siglo, –inmortalizado en la pintura de Pable Picasso– fue la ciudad de Guernica. Ahí murieron 895 españoles, fue llevado a cabo por una fuerza aérea extranjera, la Luftwaffe alemana, en un país en guerra.

Aquel 16 de junio de 1955, desde horas de la madrugada, en distintas pistas de la aviación naval argentina, se había comenzado a abastecer una escuadrilla de aviones de guerra com­puesta por 14 North América AT-6, biplaza monomotores con capacidad para llevar 4 bombas de 50 kilos cada uno, 6 Beecheraft AT-11, bimotores, con capacidad para transportar 6 bombas de 100 kilos cada uno; tres aviones anfibios Catalina con capacidad de ocho bombas, un bimo­tor Douglas DC3. Todos con sus portabombas completos.

Fueron puestos al mando del capitán de Fragata Néstor Noriega, argentino de 39 años de edad, que piloteaba un avión Beechcraft, que luego del golpe de Estado contra el gobierno constitucional fue premiado con la designación de representante argentino ante la Organiza­ción de Estados Americanos (OEA).

A las 12.40 hs. aproximadamente, luego de estar sobrevolando el Río de la Plata para encon­trar condiciones de visibilidad “apropiadas”, comienzan a bombardear la Plaza de Mayo.

Primeramente lo hacen los 6 Beecheraft AT-11 conducidos por Néstor Noriega, luego le siguen en picada los aviones North American al mando del capitán de Corbeta Santiago Sabarots. To­dos bajo la supervisión del superior al mando, jefe del Estado Mayor del Comando de Aviación Naval, capitán de Navío aviador Raúl González Vergara.

Un transporte llevaba de 70 niños. Sus guardapolvos blancos se tiñeron de rojo volando por los aires al caer una bomba en el trolebús donde viajaban de la línea 305. Dicho trole hacía el re­corrido entre Puente Pacífico y Lanús, fue impactado cuando transitaba por la Avda. Paseo Colón casi intersección con Hipólito Yrigoyen.

(El texto me fue enviado por Raúl Tabanera (hermanazo de hace tiempo ya...) y él lo tomó como fuenteFuente Diario Clarín de Buenos Aires, pág. 3 del 17/6/’55 )

La foto fue tomada de un blog que recomiendo visitar:

http://simultaneasbuenosaires.wordpress.com/

Gracias Rulo. a.,

14 junio 2010

14 de Junio





EL NACEDOR (E. Galeano)



¿Por qué será que el Che tiene esta peligrosa costumbre de seguir naciendo?


Cuánto más lo insultan, lo manipulan, lo traicionan, Más nace.


El es el más nacedor de todos.


¿No será porque el Che decía lo que pensaba y hacía lo que decía?


¿No será que por eso sigue siendo tan extraordinario, en un mundo donde


las palabras y los hechos muy rara vez se encuentran, no se saludan,


porque no se reconocen?





TRISTEZA POR LA MUERTE DE UN HÉROE (Pablo Neruda)




Los que vivimos esta historia, esta muerte

y re

surrección de nuestra esperanza enlutada,


los que escogimos el combate y vimos crecer

las banderas, supimos que los más callados

fueron nuestros únicos héroes y que después

de las victorias llegaron los vociferantes

llena la boca de jactancia y de proezas

salivares.


El pueblo movió la cabeza:

y volvió el héroe a su silencio.

Pero el silencio se enlutó hasta ahogarnos en

el luto cuando moría en las montañas

el fuego ilustre de Guevara.

El comandante terminó asesinado en un

barranco.

Nadie dijo esta boca es mía.

Nadie lloró en los pueblos indios.

Nadie subió a los campanarios.

Nadie levantó los fusiles, y cobraron la

recompensa aquellos que vino a salvar

el comandante asesinado.

¿Qué pasó, medita el contrito, con estos

acontecimientos?

Y no se dice la verdad pero se cubre con

papel esta desdicha de metal.

Recién se abría el derrotero y cuando llegó la

derrota fue como un hacha que cayó

en la cisterna del silencio.

Bolivia volvió a su rencor, a sus oxidados

gorilas, a su miseria intransigente,

y como brujos asustados los sargentos de la

deshonrra, los generalitos del crimen,

escondieron con eficiencia el cadáver del

guerrillero como si el muerto los quemara.

La selva amarga se tragó los movimientos, los

caminos, y donde pasaron los pies

de la milicia exterminada hoy las lianas

aconsejaron una voz verde de raíces

y el ciervo salvaje volvió al follaje sin

estampidos.


Pablo Neruda





Quien merece un párrafo aparte, un reconocimiento, es el autor de la foto que tal vez haya sido en la historia de la fotografía, la más copiada, intervenida, manoseada, y malutilizada de todas las fotografías que en el mundo han sido. Me estoy refiriendo a Alberto Korda. Vale la pena conocer la historia de esa foto. Tal vez se asombren al leer que no cobró nunca nada por ese trabajo.





Alberto Korda tomó la clásica foto del Che con su vieja cámara Leica, provista de un lente de 90 milímetros, un semitelefoto de potencia regular, rayado por el uso en la superficie. Se hallaba a unos siete metros —¿o eran diez?— de distancia del comandante guerrillero y, precisa, sí, que era una tarde opaca, invernal. Eso explica, dice ahora, que la imagen no sea supernítida, que parezca envuelta en una aureola, que algunos crean verla como una nube en el ambiente: la cabeza solitaria del Che se difumina en una luz pareja y suave.


No hubo ninguna elaboración intelectual en eso. La luz solar, escasa, y el desgaste del lente imprimieron al retrato su atmósfera. ¿Y la composición? "Bueno, ya eso es otra cosa. Es eternamente mía", afirma. "Si yo le hubiera dado un poco más de negro en el hombro a la imagen, la foto se me hubiera caído". Llevé el negativo a la ampliadora, enderecé la figura y le di aire alrededor. Creo que el público exige esos detalles del encuadre. Por eso, al verla, encuentra una belleza y una armonía que no sabe de dónde salió, pero que es responsabilidad del artista, y eso es lo que hace que una foto pueda ser única.




La fecha: el 5 de marzo de 1960. Cubría como fotorreportero de Revolución la despedida del duelo de las víctimas del sabotaje, perpetrado por la CIA, al barco francés La Coubre —dinamitado en el puerto habanero—, y metido entre la muchedumbre paneaba con su cámara, de izquierda a derecha, el entarimado donde se emplazó la tribuna. De pronto, el Che avanzó hacia la primera fila para mirar la escena. Korda alcanzó a hacer uno, dos o tal vez tres disparos seguidos; un minuto, minuto y medio después, volvía a perderse el Che en el fondo de la tarima. Pero ya había captado la imagen, la misma que siete años después, a la muerte del guerrillero argentino, el editor italiano Feltrinelli (utilizando precisamente esa foto que le regalara en ese mismo 1967 el propio Korda a su paso por Cuba) difundiera en millones de carteles. Alberto Korda, dice, nunca cobró un centavo por dicha fotografía.


La foto que se menciona es la que hemos visto ya miles y miles de veces. Es la aqulla cuyo negativo tiene el maestro en la mano y está (posando en realidad -creo-) mirando a contraluz.