17 junio 2010







Algunos de los cientos de vehículos destruidos por las bombas antipatrias.

Ayer se cumplieron 55 años del mayor atentado terrorista perpetrado en Buenos Aires; del único bombardeo en el siglo XX de una ciudad abierta, en el continente americano: El bombardeo de la Plaza de Mayo y la Ciudad de Buenos Aires por 29 aparatos de la aviación naval y 6 aviones de la Fuerza Aérea Argentina.

Participaron en él 100 oficiales de la Marina de Guerra y 14 oficiales de la Fuerza Aérea Argen­tina. Hoy se sabe que murieron como mínimo 2.138 personas y hubo más de 3.800 heri­dos.

El 95% de las víctimas fueron civiles desarmados. Trabajadores, profesionales, niños, ancianos y mujeres que fueron despedazados con bombas de fragmentación, quemados vivos con com­bustible de los tanques auxiliares de los aviones atacantes que lo arrojaron luego de que se les terminara las bombas.

Para dimensionar esta tragedia debe destacarse que el símbolo de ataque aéreo de población civil desarmada en el pasado siglo, –inmortalizado en la pintura de Pable Picasso– fue la ciudad de Guernica. Ahí murieron 895 españoles, fue llevado a cabo por una fuerza aérea extranjera, la Luftwaffe alemana, en un país en guerra.

Aquel 16 de junio de 1955, desde horas de la madrugada, en distintas pistas de la aviación naval argentina, se había comenzado a abastecer una escuadrilla de aviones de guerra com­puesta por 14 North América AT-6, biplaza monomotores con capacidad para llevar 4 bombas de 50 kilos cada uno, 6 Beecheraft AT-11, bimotores, con capacidad para transportar 6 bombas de 100 kilos cada uno; tres aviones anfibios Catalina con capacidad de ocho bombas, un bimo­tor Douglas DC3. Todos con sus portabombas completos.

Fueron puestos al mando del capitán de Fragata Néstor Noriega, argentino de 39 años de edad, que piloteaba un avión Beechcraft, que luego del golpe de Estado contra el gobierno constitucional fue premiado con la designación de representante argentino ante la Organiza­ción de Estados Americanos (OEA).

A las 12.40 hs. aproximadamente, luego de estar sobrevolando el Río de la Plata para encon­trar condiciones de visibilidad “apropiadas”, comienzan a bombardear la Plaza de Mayo.

Primeramente lo hacen los 6 Beecheraft AT-11 conducidos por Néstor Noriega, luego le siguen en picada los aviones North American al mando del capitán de Corbeta Santiago Sabarots. To­dos bajo la supervisión del superior al mando, jefe del Estado Mayor del Comando de Aviación Naval, capitán de Navío aviador Raúl González Vergara.

Un transporte llevaba de 70 niños. Sus guardapolvos blancos se tiñeron de rojo volando por los aires al caer una bomba en el trolebús donde viajaban de la línea 305. Dicho trole hacía el re­corrido entre Puente Pacífico y Lanús, fue impactado cuando transitaba por la Avda. Paseo Colón casi intersección con Hipólito Yrigoyen.

(El texto me fue enviado por Raúl Tabanera (hermanazo de hace tiempo ya...) y él lo tomó como fuenteFuente Diario Clarín de Buenos Aires, pág. 3 del 17/6/’55 )

La foto fue tomada de un blog que recomiendo visitar:

http://simultaneasbuenosaires.wordpress.com/

Gracias Rulo. a.,

14 junio 2010

14 de Junio





EL NACEDOR (E. Galeano)



¿Por qué será que el Che tiene esta peligrosa costumbre de seguir naciendo?


Cuánto más lo insultan, lo manipulan, lo traicionan, Más nace.


El es el más nacedor de todos.


¿No será porque el Che decía lo que pensaba y hacía lo que decía?


¿No será que por eso sigue siendo tan extraordinario, en un mundo donde


las palabras y los hechos muy rara vez se encuentran, no se saludan,


porque no se reconocen?





TRISTEZA POR LA MUERTE DE UN HÉROE (Pablo Neruda)




Los que vivimos esta historia, esta muerte

y re

surrección de nuestra esperanza enlutada,


los que escogimos el combate y vimos crecer

las banderas, supimos que los más callados

fueron nuestros únicos héroes y que después

de las victorias llegaron los vociferantes

llena la boca de jactancia y de proezas

salivares.


El pueblo movió la cabeza:

y volvió el héroe a su silencio.

Pero el silencio se enlutó hasta ahogarnos en

el luto cuando moría en las montañas

el fuego ilustre de Guevara.

El comandante terminó asesinado en un

barranco.

Nadie dijo esta boca es mía.

Nadie lloró en los pueblos indios.

Nadie subió a los campanarios.

Nadie levantó los fusiles, y cobraron la

recompensa aquellos que vino a salvar

el comandante asesinado.

¿Qué pasó, medita el contrito, con estos

acontecimientos?

Y no se dice la verdad pero se cubre con

papel esta desdicha de metal.

Recién se abría el derrotero y cuando llegó la

derrota fue como un hacha que cayó

en la cisterna del silencio.

Bolivia volvió a su rencor, a sus oxidados

gorilas, a su miseria intransigente,

y como brujos asustados los sargentos de la

deshonrra, los generalitos del crimen,

escondieron con eficiencia el cadáver del

guerrillero como si el muerto los quemara.

La selva amarga se tragó los movimientos, los

caminos, y donde pasaron los pies

de la milicia exterminada hoy las lianas

aconsejaron una voz verde de raíces

y el ciervo salvaje volvió al follaje sin

estampidos.


Pablo Neruda





Quien merece un párrafo aparte, un reconocimiento, es el autor de la foto que tal vez haya sido en la historia de la fotografía, la más copiada, intervenida, manoseada, y malutilizada de todas las fotografías que en el mundo han sido. Me estoy refiriendo a Alberto Korda. Vale la pena conocer la historia de esa foto. Tal vez se asombren al leer que no cobró nunca nada por ese trabajo.





Alberto Korda tomó la clásica foto del Che con su vieja cámara Leica, provista de un lente de 90 milímetros, un semitelefoto de potencia regular, rayado por el uso en la superficie. Se hallaba a unos siete metros —¿o eran diez?— de distancia del comandante guerrillero y, precisa, sí, que era una tarde opaca, invernal. Eso explica, dice ahora, que la imagen no sea supernítida, que parezca envuelta en una aureola, que algunos crean verla como una nube en el ambiente: la cabeza solitaria del Che se difumina en una luz pareja y suave.


No hubo ninguna elaboración intelectual en eso. La luz solar, escasa, y el desgaste del lente imprimieron al retrato su atmósfera. ¿Y la composición? "Bueno, ya eso es otra cosa. Es eternamente mía", afirma. "Si yo le hubiera dado un poco más de negro en el hombro a la imagen, la foto se me hubiera caído". Llevé el negativo a la ampliadora, enderecé la figura y le di aire alrededor. Creo que el público exige esos detalles del encuadre. Por eso, al verla, encuentra una belleza y una armonía que no sabe de dónde salió, pero que es responsabilidad del artista, y eso es lo que hace que una foto pueda ser única.




La fecha: el 5 de marzo de 1960. Cubría como fotorreportero de Revolución la despedida del duelo de las víctimas del sabotaje, perpetrado por la CIA, al barco francés La Coubre —dinamitado en el puerto habanero—, y metido entre la muchedumbre paneaba con su cámara, de izquierda a derecha, el entarimado donde se emplazó la tribuna. De pronto, el Che avanzó hacia la primera fila para mirar la escena. Korda alcanzó a hacer uno, dos o tal vez tres disparos seguidos; un minuto, minuto y medio después, volvía a perderse el Che en el fondo de la tarima. Pero ya había captado la imagen, la misma que siete años después, a la muerte del guerrillero argentino, el editor italiano Feltrinelli (utilizando precisamente esa foto que le regalara en ese mismo 1967 el propio Korda a su paso por Cuba) difundiera en millones de carteles. Alberto Korda, dice, nunca cobró un centavo por dicha fotografía.


La foto que se menciona es la que hemos visto ya miles y miles de veces. Es la aqulla cuyo negativo tiene el maestro en la mano y está (posando en realidad -creo-) mirando a contraluz.