Epitafio: (Del lat. epitaphĭus, y este del gr. ἐπιτάφιος, sepulcral). Inscripción que se pone, o se supone puesta, sobre un sepulcro o en la lápida o lámina colocada junto al enterramiento.
Resulta que, de vez en cuando, uno cae en cuenta que este aire que respira, este cuerpo que padece y sufre y goza y descuida, es solamente un envase retornable, y que, llegada la hora de de entragar los botines y marcharse a las duchas celestiales (o del averno, cualquiera sea el caso), tiene que dejar, al menos un recuerdo, un gesto para ser recordado con una sonrisa y no con una puteada. Uno descubre que no es el único. Miren sino, lo que escribió Rufino Blanco Fombona, poeta venezolano, reporteado por Norberto Galasso para la revista crisis nº 22 de febrero de 1975. Este texo corresponde al libro "Camino de Imperfección", (diario de la vida).
Epitafio
Quisiera, al morir, poder inspirar una pequeña necrológica por el estilo de la siguiente:
Este hombre, como amado de los dioses, murió joven. Amó campos, ríos. fuentes; amó el buen vino, el mármol, el acero el oro; amó las núbiles mujeres y los bellos versos. Despreció a los timoratos, a los presuntuosos. A los mediocres. Odió a los pérfidos, a los hipócritas, a los calumniadores, a los venales, a los eunucos y a los serviles, Se contentó con jamás leer a los fabricantes de literatura tonta. En medio de su injusticias, era justo. Prodigó aplausos a quien creyó que los merecía; admiraba a cuantos reconoció como superiores a él y tuvo en estima a sus pares. Aunque a menudo celebró el triunfo de la garra y el ímpetu del ala, tuvo piedad del infortunio hasta en los tigres. No atacó sino a los fuertes. Tuvo ideales y lucho y se sacrificó por ellos. Llevó el desinterés hasta el ridículo. Sólo una cosa nunca dio: consejos. Ni en su hora más tétrica le faltaron de cerca o de lejos la voz amiga y el corazón de una mujer. No se sabe si fue moral, inmoral o amoral. Pero él se tuvo por moralista a su modo. Puso la verdad y la belleza –su belleza y su verdad– por encima de todo. Gozó y sufrió mucho espiritual y físicamente. Conoció el mundo todo y deseaba que todo el mundo lo conociera a él. Ni emperiatorista ni acrático, pensaba que la tolerancia y la inteligencia deben gobernar los pueblos y que debía ejercerse un máximo de justicia social, sin privilegios de clases ni de personas. Cuanto al arte, creyó siempre que se podía y se debía ser original, sin olvidarse del nihil novum sub sole. Si vivire fue ilógico, su pensar fue contradictorio. Lo único perenne que tuvo parece ser la sinceridad, ya en la emoción ya en el juicio. Jamás la mentira mancilló sus labios ni su pluma. No le temió nunca a la verdad, ni a las consecuencias que acarrea. Por eso afrontó puñales homicidas, por eso sufrió cárceles largas y larguísimos destierros. Predicó la libertad con el ejemplo: fue libre. Era un alma del siglo XVI y un hombre del siglo XX.
Descanse en paz, por la primera vez. La tierra, que amó, le sea propicia.
Resulta que, de vez en cuando, uno cae en cuenta que este aire que respira, este cuerpo que padece y sufre y goza y descuida, es solamente un envase retornable, y que, llegada la hora de de entragar los botines y marcharse a las duchas celestiales (o del averno, cualquiera sea el caso), tiene que dejar, al menos un recuerdo, un gesto para ser recordado con una sonrisa y no con una puteada. Uno descubre que no es el único. Miren sino, lo que escribió Rufino Blanco Fombona, poeta venezolano, reporteado por Norberto Galasso para la revista crisis nº 22 de febrero de 1975. Este texo corresponde al libro "Camino de Imperfección", (diario de la vida).
Epitafio
Quisiera, al morir, poder inspirar una pequeña necrológica por el estilo de la siguiente:
Este hombre, como amado de los dioses, murió joven. Amó campos, ríos. fuentes; amó el buen vino, el mármol, el acero el oro; amó las núbiles mujeres y los bellos versos. Despreció a los timoratos, a los presuntuosos. A los mediocres. Odió a los pérfidos, a los hipócritas, a los calumniadores, a los venales, a los eunucos y a los serviles, Se contentó con jamás leer a los fabricantes de literatura tonta. En medio de su injusticias, era justo. Prodigó aplausos a quien creyó que los merecía; admiraba a cuantos reconoció como superiores a él y tuvo en estima a sus pares. Aunque a menudo celebró el triunfo de la garra y el ímpetu del ala, tuvo piedad del infortunio hasta en los tigres. No atacó sino a los fuertes. Tuvo ideales y lucho y se sacrificó por ellos. Llevó el desinterés hasta el ridículo. Sólo una cosa nunca dio: consejos. Ni en su hora más tétrica le faltaron de cerca o de lejos la voz amiga y el corazón de una mujer. No se sabe si fue moral, inmoral o amoral. Pero él se tuvo por moralista a su modo. Puso la verdad y la belleza –su belleza y su verdad– por encima de todo. Gozó y sufrió mucho espiritual y físicamente. Conoció el mundo todo y deseaba que todo el mundo lo conociera a él. Ni emperiatorista ni acrático, pensaba que la tolerancia y la inteligencia deben gobernar los pueblos y que debía ejercerse un máximo de justicia social, sin privilegios de clases ni de personas. Cuanto al arte, creyó siempre que se podía y se debía ser original, sin olvidarse del nihil novum sub sole. Si vivire fue ilógico, su pensar fue contradictorio. Lo único perenne que tuvo parece ser la sinceridad, ya en la emoción ya en el juicio. Jamás la mentira mancilló sus labios ni su pluma. No le temió nunca a la verdad, ni a las consecuencias que acarrea. Por eso afrontó puñales homicidas, por eso sufrió cárceles largas y larguísimos destierros. Predicó la libertad con el ejemplo: fue libre. Era un alma del siglo XVI y un hombre del siglo XX.
Descanse en paz, por la primera vez. La tierra, que amó, le sea propicia.
Algunos epitafios escritos por quienes ocupan la tumba que adornan:
"Si queréis los mayores elogios, moríos." Epitafio de: Enrique Jardiel Poncela
"Ya decía yo que ese médico no valía mucho." Epitafio de: Miguel Mihura, escritor de comedias.
"Voy y Vuelvo"Epitafio de: Nicanor parra, antipoeta chileno-
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