27 octubre 2012
28 septiembre 2012
UN "BANDIDO" CHILENO
Tengo la manía de no contestar cuando se me
pregunta en qué libro estoy trabajando o cuáles son mis proyectos para el
futuro. La experiencia me indica que cuando se habla mucho de algo antes de
hacerlo se corre por lo menos un riesgo grave: es el de no hacerlo.
Cuando yo era un poeta muy joven (sólo
tenía dieciséis años) encontré un hermosísimo título para un largo poema que
anuncié profusamente. Aquel título fue muy aplaudido por mis jóvenes compañeros
de poesía. Pronto lo dieron por un hecho. Luego me felicitaban por mi gran
éxito. Yo me acostumbré a recibir aquellos elogios. Qué necesidad había, pues,
de escribir esos versos? Y allí se quedó ese título solitario, sin ningún
verso escrito debajo, por cuarenta y seis años seguidos.
Todo esto para decir que ahora sí puedo
hablar de lo que he estado haciendo en estos meses de verano en la costa de
Chile. Puedo hablar porque ya está hecho. Es un largo poema. Esta vez tengo
todos los versos y lo que me falta es el título.
Se trata de una historia romántica y de
brillante color, aunque todo termina en el oscuro color del luto.
Sucede que cuando se propaló por el
mundo la noticia del oro en California una muchedumbre de chilenos se trasladó
a California en busca del oro. Salían de Valparaíso, que era entonces el
puerto más importante del Pacífico Sur. Eran mineros, campesinos, pescadores,
aventureros. Sintieron la atracción violenta de aquella deslumbrante aventura.
Se habían acostumbrado a vencer en Chile las dificultades de una tierra pobre y
áspera.
Lo curioso es que estos chilenos
llegaron antes que los norteamericanos al sitio del oro. Parece extraño, pero
los yanquis debían atravesar el continente en lentas carretas. Los chilenos,
en sus barcos de vela, llegaron más pronto.
Entre ellos llegó el famoso Joaquín
Murieta, el más famoso de los bandidos chilenos. Pero fue simplemente un bandido,
un fuera-de-la-ley?
Éste es el motivo de mi poema.
Murieta fue afortunado. Encontró oro, se
casó con una compatriota, y mientras seguía buscando con duro esfuerzo nuevos
yacimientos sobrevino la tragedia que cambió su vida.
Mexicanos, chilenos, centroamericanos,
vivían en los barrios pobres de los poblados que se desarrollaban como hongos
junto a San Francisco. Allí se oía de noche la palpitación de las guitarras y
las canciones del continente moreno.
Pronto esta abundancia de extranjeros,
de oro, de canciones y de alegría suscitó la violencia. Los norteamericanos
formaron asociaciones de guardias blancos que se descargaban de noche sobre
estas viviendas, incendiando, arrasando y matando.
Sin duda, allí nació la idea del Ku Klux
Klan. Porque el mismo frenético racismo que los distingue hasta hoy tenían
aquellos primeros cruzados yanquis que querían limpiar California de
latinoamericanos y también, lógicamente, meter mano en sus hallazgos. En una de
estas razzias fue asesinada la mujer de Joaquín Murieta.
El chileno estaba lejos de allí y cuando
regresó juró vengarse.
Desde aquel momento las humillaciones y
asaltos de las bandas racistas no quedaron impunes.
De noche, la banda de vengadores salía a
cazar norteamericanos y cayeron éstos desgranados cada vez que se encontraron
con Murieta y sus hombres.
Durante más de un año esta guerrilla
secreta combatió como pudo, y, según la leyenda de los bandidos generosos, robó
al rico para dar al pobre, es decir, devolvía a los desvalijados lo que habían
tomado de los desvalijadores.
Joaquín Murieta murió en su ley. Cayó en
una escaramuza, acribillado a balazos. Su cabeza cortada fue exhibida en la
feria de San Francisco y se hicieron ricos los empresarios que cobraban por ver
aquel triste trofeo.
Pero, Murieta, o bien la cabeza de
Murieta, cobró una nueva vida.
Se hizo una leyenda que aún recorre, después de cien años, la memoria de todos
los pueblos que hablan el español. Muchos libros, muchas canciones, muchas
poesías populares, mantienen vivo su recuerdo. Los norteamericanos le dieron
el título de bandido. Pero la palabra bandido se ennobleció en el recuerdo
popular y se pronunció, cuando se trataba de él, con reverencia.
Su sitio de nacimiento se lo disputan
México y Chile, aunque yo lo doy por chileno. En la niebla de la leyenda
fabulosa los argumentos van y vienen, pero Murieta fue chileno.
Me gustó este tema por la contradicción
de razas y por ese cúmulo de codicia y de sangre que rodea la verdad o la leyenda.
Por eso he dedicado con alegría muchas
horas de este verano a recordar esta extraña vida y a cantar estos acontecimientos lejanos en el tiempo.
11 agosto 2012
HACE 50 AÑOS SE APAGÓ UNA ESTRELLA
Como todas las estrellas, siguen brillando muchísimo tiempo después de haberse apagado.
El pasado cinco
de agosto toda la prensa habló de vos. O casi toda.
En algunos
canales se repuso tu vida en imágenes. Y algún memorioso recordará tu voz
entonando "Happy Birthday Mr. President" con el que le regalaste
los oídos a Kennedy.
Hace medio
siglo que partiste al silencio. Para los archivos policiales tu muerte se
reduce a un número, el 81.128. Para el resto, y como dijo tu idolatrador
Terence Moix murió un sueño. Y esto es, ni más ni menos que el homenaje al
sueño de todos los hombres del mundo. -Así escribía para la revista RAGAZZA,
Norma Ruiz.
"Marylín
fue la aventura de todo hombre de Norteamérica. Marylín Monroe era rubia, y
bella, y tenía una vocesita dulce y vulgar, y toda la pulcritud de los pulcros
patios traseros de Norteamérica. Ella fue nuestro ángel guardián, el dulce
ángel de la sexualidad." HENRY MILLER.
Como Lady Di, Marilyn
Monroe tenía 36 años cuando murió. También como la princesa de Gales, la
promesa de Hollywood era rubia, hermosa y deslumbrante, pero una mujer
angustiada y sometida a una extrema presión.
En la
medianoche del 5 de agosto de l962, el ama de llaves vio luz en la habitación
de Marilyn. Tres horas más tarde, cuando la luz continuaba encendida trató de
abrir la puerta pero estaba cerrada por dentro. Llamó al médico personal de la
actriz, Ralph Greeson, quien tampoco logro entrar a la pieza ni recibir
respuesta a sus llamados. Con la ayuda de otro médico, Greeson logró finalmente
ingresar tras romper un vidrio de la ventana. Eran las cuatro de la mañana.
Allí se
encontró con una dura escena: Marilyn Monroe yacía desnuda en su cama, con el
teléfono en la mano, un frasco de barbitúricos vacío en el velador y unas
cuantas píldoras esparcidas en el suelo. El médico forense que le realizó la
autopsia señaló que “no fue una muerte natural”. Desde entonces se ha hablado
de suicidio, homicidio y de exceso de barbitúricos.
Su jefa de
relaciones públicas, Pat Newcomb, llegó a la residencia de la actriz cerca de
las siete de la mañana y llorando grito enfurecida a los fotógrafos:
“buitres... buitres... sigan fotografiando”.
Norma Jean
Baker como en realidad se llamaba, había nacido en Los Ángeles el 2 de Junio de
1926. Había pasado su infancia entre orfanatos y adopciones, y en la búsqueda
del amor pasó por tres matrimonios: Con Jim Dougherty -tenía sólo 15 años
cuando se casó-, Con Joe Di Maggio -jugador de béisbol con el que estuvo casada
nueve meses-, y con el dramaturgo Arthur Miller.
Su carrera
profesional incluyó fotografías para calendarios y portadas de revistas y la
actuación. Primero en papeles de poca importancia y luego en películas que la
consagraron, como “Niagara” y “Los hombres las prefieren rubias”.
Se dice que
nunca pudo sobreponerse a su tercera ruptura matrimonial. Su inestabilidad
emocional comenzó a interferir en su trabajo. Nunca fue puntual y a veces
llegaba varias horas atrasadas a las grabaciones, lo que hasta entonces se le
había perdonado. Pero dos meses antes de morir, la 20th Century Fox la
despidió y la demandó por dos millones de dólares.
Así estaban
las cosas cuando Marilyn se murió.
Por eso dolió
tanto su muerte en todo el mundo. Ni el Vaticano estuvo indiferente a su
fallecimiento. Declaró que Marilyn había sido “víctima de una mentalidad, una
costumbre de una concepción de vida que hace de uno un símbolo”. En Moscú se
decía que la culpa era de “Holliwood que la había creado para matarla”.
Marilyn Monroe
es un mito. Por eso se la recuerda no como una mujer angustiada que murió por
exceso de barbitúricos -por causas aún no aclaradas-, sino como una figura
sensual, intensa y frágil, que llegó a los corazones de todo el mundo. Lo
dicho: como Lady Di.
"Marylín
fue la aventura de todo hombre de Norteamérica.
-decía HENRY MILLER- Marylín
Monroe era rubia, y bella, y tenía una vocesita dulce y vulgar, y toda la
pulcritud de los pulcros patios traseros de Norteamérica. Ella fue nuestro
ángel guardián, el dulce ángel de la sexualidad." .
“Así
como Rita Hayworth fuera diosa a lo largo de los años cuarenta, por obra y
gracia de los señores de Hollywood,
para ser la diosa de los cincuenta, Marylin fue corregida. Tenía
párpados gordos y papada, nariz de punta redonda y demasiada dentadura:
Hollywood le cortó grasa, le suprimió cartílagos, le limó los dientes y
convirtió su pelo castaño y bobo en un oleaje de oro fulgurante. Después los
técnicos la bautizaron Marylin Monroe y le inventaron una patética historia
para contar a los periodistas. Y por si todo eso fuera poco le dijeron sé
natural.
A
partir de eso, la nueva Venus fabricada en Hollywood ya no necesita meterse en
cama ajena en busca de contratos para papeles de segunda en películas de
tercera. Ya no vive de salchichas y café, ni pasa frío en invierno. Ahora es
una estrella, o sea: una personita enmascarada que quisiera recordar, pero no
puede, cierto momento en que simplemente quiso ser salvada de la soledad.”
(Eduardo
Galeano)
Señor (dice como rezando Ernesto Cardenal)
recibe a esta muchacha conocida en toda la Tierra con
el nombre de
Marilyn Monroe,
aunque ése no era su verdadero nombre
(pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los
9 años
y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar)
y que ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje
sin su Agente de Prensa
sin fotógrafos y sin firmar autógrafos
sola como un astronauta frente a la noche espacial.
Ella soñó cuando niña que estaba desnuda en una iglesia (según cuenta
el Times)
ante una multitud postrada, con las cabezas en el suelo
y tenía que caminar en puntillas para no pisar las cabezas.
Tú conoces nuestros sueños mejor que los psiquiatras.
Iglesia, casa, cueva, son la seguridad del seno materno
pero también algo más que eso...
Las cabezas son los admiradores, es claro
(la masa de cabezas en la oscuridad bajo el chorro de luz).
Pero el templo no son los estudios de la 20th Century-Fox.
El templo -de mármol y oro- es el templo de su cuerpo
en el que está el hijo de Hombre con un látigo en la mano
expulsando a los mercaderes de la 20th Century-Fox
que hicieron de Tu casa de oración una cueva de ladrones.
Señor
en este mundo contaminado de pecados y de radiactividad,
Tú no culparás tan sólo a una empleadita de tienda
que como toda empleadita de tienda soñó con ser estrella de cine.
Y su sueño fue realidad (pero como la realidad del tecnicolor).
Ella no hizo sino actuar según el script que le dimos,
el de nuestras propias vidas, y era un script absurdo.
Perdónala, Señor, y perdónanos a nosotros
por nuestra 20th Century
por esa Colosal Super-Producción en la que todos hemos trabajado.
Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes.
Para la tristeza de no ser santos
se le recomendó el Psicoanálisis.
Recuerda Señor su creciente pavor a la cámara
y el odio al maquillaje insistiendo en maquillarse en cada escena
y cómo se fue haciendo mayor el horror
y mayor la impuntualidad a los estudios.
Como toda empleadita de tienda
soñó ser estrella de cine.
Y su vida fue irreal como un sueño que un psiquiatra interpreta y
archiva.
Sus romances fueron un beso con los ojos cerrados
que cuando se abren los ojos
se descubre que fue bajo reflectores
¡y se apagan los reflectores!
Y desmontan las dos paredes del aposento (era un set cinematográfico)
mientras el Director se aleja con su libreta
porque la escena ya fue tomada.
O como un viaje en yate, un beso en Singapur, un baile en Río
la recepción en la mansión del Duque y la Duquesa de Windsor
vistos en la salita del apartamento miserable.
La película terminó sin el beso final.
La hallaron muerta en su cama con la mano en el teléfono.
Y los detectives no supieron a quién iba a llamar.
Fue
como alguien que ha marcado el número de la única voz amiga
y oye tan solo la voz de un disco que le dice: Wrong Number
O como alguien que herido por los gangsters
alarga la mano a un teléfono desconectado.
Señor:
quienquiera que haya sido el que ella iba a llamar
y no llamó (y tal vez no era nadie
o era Alguien cuyo número no está en el Directorio de los Ángeles)
¡contesta Tú al teléfono!
Marilyn Monroe,
aunque ése no era su verdadero nombre
(pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los
9 años
y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar)
y que ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje
sin su Agente de Prensa
sin fotógrafos y sin firmar autógrafos
sola como un astronauta frente a la noche espacial.
Ella soñó cuando niña que estaba desnuda en una iglesia (según cuenta
el Times)
ante una multitud postrada, con las cabezas en el suelo
y tenía que caminar en puntillas para no pisar las cabezas.
Tú conoces nuestros sueños mejor que los psiquiatras.
Iglesia, casa, cueva, son la seguridad del seno materno
pero también algo más que eso...
Las cabezas son los admiradores, es claro
(la masa de cabezas en la oscuridad bajo el chorro de luz).
Pero el templo no son los estudios de la 20th Century-Fox.
El templo -de mármol y oro- es el templo de su cuerpo
en el que está el hijo de Hombre con un látigo en la mano
expulsando a los mercaderes de la 20th Century-Fox
que hicieron de Tu casa de oración una cueva de ladrones.
Señor
en este mundo contaminado de pecados y de radiactividad,
Tú no culparás tan sólo a una empleadita de tienda
que como toda empleadita de tienda soñó con ser estrella de cine.
Y su sueño fue realidad (pero como la realidad del tecnicolor).
Ella no hizo sino actuar según el script que le dimos,
el de nuestras propias vidas, y era un script absurdo.
Perdónala, Señor, y perdónanos a nosotros
por nuestra 20th Century
por esa Colosal Super-Producción en la que todos hemos trabajado.
Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes.
Para la tristeza de no ser santos
se le recomendó el Psicoanálisis.
Recuerda Señor su creciente pavor a la cámara
y el odio al maquillaje insistiendo en maquillarse en cada escena
y cómo se fue haciendo mayor el horror
y mayor la impuntualidad a los estudios.
Como toda empleadita de tienda
soñó ser estrella de cine.
Y su vida fue irreal como un sueño que un psiquiatra interpreta y
archiva.
Sus romances fueron un beso con los ojos cerrados
que cuando se abren los ojos
se descubre que fue bajo reflectores
¡y se apagan los reflectores!
Y desmontan las dos paredes del aposento (era un set cinematográfico)
mientras el Director se aleja con su libreta
porque la escena ya fue tomada.
O como un viaje en yate, un beso en Singapur, un baile en Río
la recepción en la mansión del Duque y la Duquesa de Windsor
vistos en la salita del apartamento miserable.
La película terminó sin el beso final.
La hallaron muerta en su cama con la mano en el teléfono.
Y los detectives no supieron a quién iba a llamar.
Fue
como alguien que ha marcado el número de la única voz amiga
y oye tan solo la voz de un disco que le dice: Wrong Number
O como alguien que herido por los gangsters
alarga la mano a un teléfono desconectado.
Señor:
quienquiera que haya sido el que ella iba a llamar
y no llamó (y tal vez no era nadie
o era Alguien cuyo número no está en el Directorio de los Ángeles)
¡contesta Tú al teléfono!
01 agosto 2012
1º de Agosto: DÍA DE LA PACHAMAMA
La conmemoracion de la Pachamama es, probablemente, la más popular de las creencias mitológicas del ámbito incaico que aun sobreviven con fuerza en algunas regiones del Noroeste Argentino y muy especialmente en Jujuy. La difusión del mito usa como vehículo las lenguas quichua y aimara. Cuando llegaron los españoles, la Pachamama ya era una leyenda en el folklore incaico, lo cual indica que su origen hay que buscarlo en las comunidades agrícolas del occidente sudamericano.En el cuento que sigo explico brevemente algunos de los rituales. El cuento se llama SOCAVÓN y es, de algún modo, autobiográfico. Los personajes tiene nombres de personas muy queridas.No pregunten más.
Sobre
el atardecer doblaron la última curva para enfrentarse con un exiguo
poblado en el que se mantenían a duras penas algunas casas en pie. La
pálida luz naranja emanada de un sol escondido hacía rato entre los cerros
aportaba lo suyo al ambiente tristón del paisaje.
El
pernicioso viento, testigo eterno de todos los gestos, de todas las situaciones,
había ido socavando las bases de las casas, volviendo al polvo lo que de el
barro naciera. Los adobes regresaban a su origen por obra de sus ráfagas,
retornando al paisaje las ruinas aquellas donde se enseñoreaba mostrando su
triunfo.
Los
esperaba un hombre hosco, parado de manera tal de ser visto fácilmente. Las
piernas separadas le otorgaban una sólida firmeza de columna, apoyadas en
una tierra protegida como a una mujer, a la cual trataba de sacarle el fruto
de sus entrañas y era, a su vez, poseído y poseedor.
Los
ocupantes del vehículo se miraron entre sí. Uno había sido un ganapán, un
sieteoficios. Aprendiz de panadero, operador de radio, remisero. Devino
periodista al recibirse con grandes esfuerzos, resultando un comunicador
social por excelencia.
Habían
viajado toda la noche para ir en busca de uno de esos pueblos perdidos,
abandonados que crecieron alrededor de las minas cuando eran explotadas y ahora,
una vez agotados sus filones, siguen siendo escarbadas por unos empecinados
hombres que ofrecen sus vidas y la de sus familias, inmolándose en aras
de una quimera al dios de la codicia, olvidados del resto del mundo.
El
otro también había sido un buscavidas, pero su pasión era la fotografía y
ahora malvivía de ella.
Coincidieron
años atrás en una misma empresa constructora de una obra monumental: uno era
topógrafo y el otro, dibujante. Viajaron juntos al trabajo durante mucho tiempo.
En la casa de Felipe tomaban el último mate de la madrugada y al salir empinaban
una botella de ginebra en un beso corto, como de despedida. Caminaban
disfrutando el frío de la mañana hasta el colectivo que los conduciría a
la obra.
Ocuparon
el puesto de delegado gremial: titular y suplente alternadamente, hasta
que el Proceso decidió lo contrario.
A
Felipe lo poseía una atropellada verborragia que no obstante, sabía dominar
en los momentos de mayor calentura, manejando un silencio ominoso donde se lo sentía bufar
de manera amenazadora. Jamás se lo vio faltarle el respeto a algún
oponente.
Compartieron
momentos, viajes, decepciones y amenazas. Se perdieron de vista cuando les
aplicaron la "Ley de Prescindibilidad",
ese eufemismo con el que la
Junta denominó a la escoba que pusiera en manos de los patrones
y jefes para sacarse de encima los elementos díscolos. Se separaron sin
tener noticias uno del otro salvo en esporádicas situaciones, hasta que
coincidieron en aquel reportaje.
Lucía,
la productora, había descansado toda la noche tapada con una campera adornada
con dibujos incaicos comprada en Bolivia, acurrucándose en el asiento
trasero con esa facilidad que tienen algunas mujeres para enroscarse y dormirse. El resto del día lo pasó escuchando
calladamente las memorias de aquellos dos personajes conversadores que
devoraban esos caminos agrestes con la sola mentira del mate amargo que los
acompañaba como un testigo mudo.
A
media mañana entraron en un almacén del costado de la ruta. Buscaban algo
para acallar el estómago: unos salamines que a ella le parecieron a primera
vista viejos, duros y grasosos, lo mismo que el queso amarillo guardado debajo
de una campana de grueso vidrio, sobre una tabla con huellas del paso del cuchillo
y de los años.
Felipe
se entusiasmó con un recipiente de hojalata ovalado y alto que colgaba de
un clavo de la estantería.
–¿A
cuánto tiene el caldero?... Démelo. ¿Cómo lo curo...? –preguntó mientras lo
recibía.
–No
hace falta. –respondió el dueño del boliche– Hirva bien la primera agua
que le ponga, tírela, caliente más agua y amarguee tranquilo... lleva
yerba?
–Véndame...
¿de cual tiene?
–Con
palo y esta liviana...
–Deme
esa, la colorada... –y se acordó de Lucía– véndame también un mate de esos
enlozados, una bombilla y azúcar... la señora toma dulce.
Lucía
agradeció íntimamente aquel gesto. Más tarde, en el camino, se prometió no
dejarse llevar por las apariencias, tanto en los quesos como en los hombres.
Ahora
van viajando hacia el Sur, después de pasar por la casa de Felipe en Neuquén
donde ellos, al reconocerse en la madrugada se atropellaron fundiéndose
en un interminable, apretado abrazo. A Lucía le había costado trabajo dar crédito
a sus ojos, alelada por aquella actitud de mirarse en silencio, con asombro,
alegres por el reencuentro y por trabajar juntos. Cada uno de ellos en
algún momento pensó que el otro no estaba vivo.
Ella
necesitaba un periodista y un fotógrafo y los requirió. No tuvo la menor
sospecha de un pasado compartido.
El
primer reportaje lo tenían planeado en Piedramala, un pueblo enclavado en
el fondo de una hondonada por donde corre encajonado el vendaval que va y
vuelve arrastrando una fina arenisca desprendida de los cerros del fondo y
hace daño en la cara y las manos. Un cierzo avaro de su territorio, galopando
de un lugar a otro con un aullido interminable, enloqueciendo al viajero,
hasta imbuirlo de una apatía en la cual ya no le importa nada.
Un
hálito que te quiere expulsar de su comarca con rachas destempladas hasta
que termina acostumbrándose uno al otro; soportándose casi con indiferencia.
Pero para llegar a ello se deberá transitar un camino que bordea peligrosamente
la locura.
La
mujer descendió de la camioneta.
–Buenas
tardes, –saludó– venimos a trabajar con ustedes... queremos hacer una
nota...
–Mal
comienzo.– Murmuró Felipe entre dientes.
El
hombre se irguió en el desprecio.
–Aquí
nadie los ha invitado... No queremos que nadie venga a ventilar nuestra
miseria y mucho menos que se sepa donde estamos. En cuanto se enteren que
estamos explotando la mina esto se va a llenar de aprovechados que quieran
venir a sacar ventaja...
Ella
se quedó callada. El fotógrafo avanzó hacia el minero sacándose el sombrero
y extendiendo la mano inició el saludo y las presentaciones.
–Buenas...
me llamo José Velázquez. Ella es Lucía y va a tener que perdonarle la
atropellada... Venimos viajando hace dos días... Brava la bajada, no?. Debe
hacer mucho tiempo que no pasa ningún vehículo... Aquel grandote se llama
Felipe.
El
hombre no dejó sola la mano ofrecida, y a su
vez, descubriéndose la cabeza saludó.
–Ramón
Céspedes, servidor... soy uno de los pocos que va quedando por acá... Disculpe
el recibimiento, pero estamos espantados de los vividores... Vengan, pasen.
Estos son mis hijos. Este se llama
Ramón como yo. Es el mayor... El otro se llama José... mirá vos... como
usted.
Felipe
extendió su mano derecha hacia el hombre estrechándola reciamente y la izquierda
hacia los niños con un puñado de caramelos.
Desde
la casa apareció una mujer acomodando con desacostumbrada coquetería sus
cabellos y tomando entre sus manos el delantal..
–Buenas...
sepan entender al Ramón, el socavón lo ha vuelto desatento. –Se dirigió directamente
a Lucía disculpando al marido.
–Venga,
entre... Ustedes también... adelante. Lucía, se sintió mejor al encontrar
una aliada. Había empezado a comprender las razones del director al elegir
para este trabajo a estos dos personajes.
Entraron
a la casa iluminada por la luz tardía del atardecer. Esa luminosidad naranja,
de pabilo largo, según había definido poéticamente José, quien había guardado
la cámara en uno de los bolsillos de su chaleco.
Felipe
se acomodó en la silla ofrecida ofreciendo un cigarrillo al dueño de casa y
respetando su silencio, roto al fin por la mujer.
–Quiere
pasar a lavarse?... Me llamo Marta.
Extendiendo
la mano hacia Lucía, quien la atrajo hacia sí dándole un beso en la mejilla
en un gesto inesperado hasta para ella misma.
–Me
llamo Lucía. Gracias por recibirnos en su casa...
–Está
bien. No son muchos los que se acercan por Piedramala. Más vale que tratemos
bien a los forasteros que nos visitan...– luego de una breve vacilación–
Pase... El baño queda por acá.
Los
hombres fumaban callados, envueltos en la penumbra de esa hora. Ramón le
acercó lumbre al candil que colgaba del techo sobre la mesada de la cocina
iluminando aquel rincón.
–Han
comido?. –fue la parca pregunta.
–Hemos
traído algunas cosas. –respondió Felipe–. Si quiere las juntamos...
Y
se dirigió hacia la camioneta seguido por los niños, para volver con un
canasto con comida que había comprado con el fin de dejárselos pero sin menoscabar
el orgullo del minero, quien no dudaría en rechazarlos ante la sospecha de
una dádiva.
La
cena fue de reconocimiento y cautas preguntas manejadas hábilmente por Felipe,
quien con un tacto inusitado fue indagando la vida del minero.
Después
de la comida siguieron conversando.
–Está
solo por acá?
–No...
también está Mamaní, que es minero desde chico, como era su padre y su abuelo.
Él es el que me enseña a trabajar y a respetar la mina, saludar al Tío y todas
esas cosas.
Lucía
se mordía de ganas de intervenir, pero dada la experiencia de la llegada
optó por el silencio sin perder detalle. José limpiaba el equipo fotográfico
y de paso familiarizaba con sus máquinas a los futuros modelos.
–¿Qué
es el Tío, Ramón...? ¿Le jode que le pregunte?.
–No...
está bien... Después de todo para eso ha venido. El Tío, según me cuenta
Mamaní, que viene del norte, de Jujuy, y a él se lo ha contado su padre y el
abuelo y así... los abuelos venían de una tribu llamados los Urus allá en
Bolivia... bueno, ellos le contaban de Huary que era un ogro o algo así, hijo
o discípulo del diablo que es el Tío de las minas... bueno ese fue el que
les dijo a estos hombres que vivían en el campo, trabajando, cultivando
vio?... bueno, ese fue el que les dijo que se metieran en los socavones a sacar
las riquezas que él tenía depositadas. Entonces ellos se dejaron de trabajar...
de cultivar la tierra para ir a las minas y con esa plata que se ganaba fácil
se chupaban y esas cosas... vio?.
Mientras
relataba, sus manos armaban mecánicamente un cigarrillo y al terminar
estiró la tabaquera a Felipe quien naturalmente la recibió y armó un pitillo, lo selló pasándole la punta
de la lengua y se lo ofreció a José. Luego repitiendo la operación, se armó
uno para sí, escanció un poco de ginebra en cada vaso, y se dispusieron a seguir escuchando en un
silencio roto solamente por la sempiterna melopea de la ventolera, de la cual no era fácil olvidarse.
–...al
Tío se lo festeja en agosto, –continuó el minero– que según dicen es el mes
del diablo y también pa'l carnaval. El Mamaní trajo una careta... máscara
me dijo que se llama, cuando volvió de Bolivia... a Oruro había ido a visitar
a sus parientes... Mañana le voy a decir a él que les cuente... guárdele la
ginebra. Hasta mañana... hagan de cuenta que están en la casa de ustedes.
Y
sin decir más se perdió en la oscuridad de la pieza contigua donde hacía rato
se había cobijado su mujer acompañando a los niños.
Los
visitantes, un poco sorprendidos por el brusco corte del relato, se miraron
en silencio. Al final decidieron acomodarse a como diera lugar. Felipe se
tendió sobre su catre de campaña, José preparó su cama con una colchoneta
inflable y una bolsa de dormir para dos, saldo de un frustrado matrimonio. Se
arreglaron con la facilidad de la costumbre, debajo de la galería cubierta,
con sólo dos paredes pero útiles para protegerlos del ventarrón incansable que
retornaba con un frío cosechado en la cumbre. Lucía optó por dormir en la
camioneta.
Al
amanecer los despertaron los ruidos cotidianos del trajinar de Ramón preparándose
para entrar a la mina. Entonces pudieron conocer a Mamaní: un obrero silencioso
y desconfiado de los extranjeros, sobre todo de la mujer a la que estudió largo
rato con el entrecejo junto y volvía a mirar insistentemente mientras Ramón
le daba las explicaciones del caso y lo ponía al tanto de sus intenciones de
bajar con ellos al socavón.
–Como
quieran... –dijo después de cavilar un rato– Pero ellos dos solos. La mujer se
queda... A la cueva no entran mujeres y ésta menos... parece hija’el diablo
con ese pelo.
La
ruda respuesta los tomó de sorpresa a todos
Lucía
se había cuidado muy bien de no llamar la atención de ninguna manera. Al principio
le había hecho gracia la curiosidad de los chicos ante el color rojo de sus
pelos, herencia de sus padres irlandeses, junto con el humor y el empecinamiento.
Pero ahora, de día, estaba decidida a pasar lo más desapercibida posible,
aunque para eso debiera comenzar por esconder su melena debajo de un
pañuelo, pero sin poder evitar que algún mechón se le escapara.
La
lección de la víspera había sido provechosa.
"No
se puede avasallar a esta gente. –escribiría
más tarde cuando Felipe solicitara su colaboración para tener un punto de
vista femenino– Mucho menos con aires de periodista de revista importante.
No se debe enarbolar el descaro en estos casos donde campea la miseria y la
desesperación. Al que mira con ojos de forastero le puede subyugar el engañoso
sabor de aventura de la situación, pero el que vive cotidianamente la suerte
de jugarse el sustento más a cruz que a cara, tuteándose con la sospecha de
despedirse de modo definitivo en cada madrugada, la vive como una realidad de
la cual no se regresa a la cómoda redacción a terminar la nota, juntarla con
las fotos y editar. Luego encontrarse con el baño diario, al agua brotando de
la canilla y el periódico por debajo de la puerta."
"El
que desciende a las profundidades del socavón empujado por la esperanza de
encontrar el brillo definitivo de una veta inagotable y eterna; perseguido
por el desconsuelo, se aferra a mitos y creencias que, ante los ojos profanos
pueden parecer falsedades, fanatismos ignorantes o apóstatas, pero los que se juegan la vida en cada
jornada para sacar de la Pa cha
Mama las riquezas que el Huari tiene guardadas en sus entrañas, encuentran en
sus rituales un modo de agradar al Tío, ya sea con ofrendas de coca, cigarrillos,
alcohol o con oraciones paganas."
Pero
en ese momento aquella prohibición de no dejarla entrar en el socavón por
temor a perder la veta como resultado del accionar celoso de La Viuda , o del mismo Tío, le
pareció absurda.
De
nada sirvieron palabras, promesas ni amenazas proferidas por aquella encolerizada
pelirroja que argüía sus valerosos ancestros muertos en las minas de Irlanda.
Pero bien que se cuidó de mencionar que en aquel país, tampoco dejan entrar
a las mujeres ni a los curas con sotana.
En
un corredor de la mina, paso obligado para el nivel que estaban explotando,
encontraron la imagen del Tío: el cuerpo tallado en mineral; las manos,
piernas y cara esculpidos con arcilla de la mina. Los ojos, representados con
dos focos en desuso de casco de minero, le otorgaban un aspecto fantasmagórico.
Unos
vidrios puntiagudos ornaban la boca abierta, voraz, dispuesta a recibir las
ofrendas.
Ramón
se detuvo encendiendo un cigarrillo para luego ponerlo en la boca de aquella
figura grotesca y con genuina veneración comenzar a relatarle sus pesares
y penurias.
–Tío,
no me estás ayudando, trabajo en el cueva por que no tengo dónde ir a trabajar.
mis hijos están pasando hambre y frío. Gano poco y la miseria me está alcanzando,
tanto que ya casi no puedo comprar tabaco para ofrecerte y mucho menos ginebra
ni “alcol”... ni nada...
Así
durante un rato largo con un lamento clamoroso, cumpliendo de esta manera
con el ritual cotidiano de informar al Tío de sus pesares.
Después
le tocó el turno a Mamaní y los otros se alejaron discretamente, en tanto Ramón
les explicaba que aquella era la manera habitual de entrar a la caverna,
mostrándole las miserias al Tío para compadecerlo y obtener con más facilidad
la veta. La misma veta que se tiene miedo de perder si alguien silba o con la entrada de las mujeres. Dicho
esto último a guisa de explicación ante la terminante negativa de Mamaní
de que entrase "la señora" como había dado en llamarle.
Trabajaron
durante casi toda la mañana en silencio. Uno desprendía con el pico de la oscura
pared el mineral que el otro cargaba con una inmensa pala a la vagoneta que
Felipe se ocupaba de sacar empujando por el oxidado riel hasta la bocamina.
Al
mediodía salieron al encuentro de un sol despiadado y el sempiterno ventarrón.
Sucios, negros de polvo oscuro y con las huellas del sudor marcadas más
claras desde la frente hasta el cuello.
En
las fotos se vería más tarde las señales de un cansancio voraz y en los ojos
rojos una extraña desazón mezclada con un empecinamiento nacido de la
desesperación.
Se
sentaron a descansar a la sombra de un destartalado cobertizo, mientras bebían
lentamente agua de una botella forrada de arpillera. Sencillo pero eficaz
método de protección y, a la vez, útil para refrescar el contenido.
Felipe,
como casualmente retomó el hilo de las preguntas.
–Así
que Ud. es del norte, Mamaní...? De dónde viene?
–Nací
en Purmamarca, creo... muy al norte. Por allí me he criado... he cuidado
llamas, las he pastoreado, he sido labrador con mis tíos... los hermanos de
la mamá, pero a mí me tiraba la mina, vio?... Mi papá y sus hermanos eran mineros...
ellos venían de Bolivia y a mí me ha gustado siempre lo que ellos contaban, y
poco a poco, a fuerza de escucharlos he ido aprendiendo, y cuando ya tuve
diecisiete años, me he ido de la casa a trabajar en los socavones.
–Ramón
me ha contado que en agosto se lo festeja al Tío... que usted le ha dicho que
ese es el mes del diablo, pero yo tenía entendido que el primero de agosto es
el día de la Pa chamama,
y que también se la celebra ese mes... ¿cómo es eso?
–No
sé... Una cosa me la contaban mis tíos, mi papá y a la otra mi mamá. Ella me
decía que hay que respetarla a la
Pa chamama, hay que ser agradecidos, por que somos de ella.
Ella nos da de comer, donde dormir, y en ella vamos a descansar para siempre.
Entonces el treinta y uno a la noche empezaba a preparar el festejo para ella,
para la Madre
Tierra... para darle de comer y de beber... a veces lo hacen
justo ese día, otras, cualquier día de ese mes, pero lo más antes posible por
que después tienen que empezar a preparar la tierra para sembrarla... ablandarla...
todo eso.
–¿Cómo
se hace la celebración?
–Hacen
un pozo para echar la comida que preparan para ella, para la ofrenda... cavan
bien profundo y si sale linda la tierra te va a ir bien ese año, pero si sale
medio negra, es señal de que no te va a ir muy bien.
–¿Colocan
solamente comida en ese pozo?
–No...
le echan un cántaro de chicha y una jarra de vino. Cada uno le da un poco y
después hay que sahumar la casa con un incienso y brasas...
–¿Rezan
algo...?
–Si,
un rezo que yo apenas si recuerdo... y comenzó a rezar despacio, más para sí
mismo que para sus interlocutores ha llegado tu día Pachamama, y nosotros
estamos aquí para venerarte. Te damos gracias por el año que hemos tenido y
la cosecha que vamos a tener... acá está la comida que te hemos hecho... te
estamos dando lo que hemos cosechado este año y esperamos que el año que viene
te podamos dar más de lo que te estamos dando... no me acuerdo más. Hace
tanto tiempo...
Felipe
hizo como que no veía las lágrimas en el rostro curtido de aquel recio minero.
–¿Qué
contiene el sahumerio, Mamaní?
–Las
piedras de las siete contras...
Retomó
el rito agradeciendo silenciosamente el trato respetuoso de aquel implacable
pero delicado periodista que interrogaba como se interroga a un viajero.
Con una curiosidad infantil más que profesional.
–...
pero sigamos trabajando, a la noche le cuento más.
Después
de la cena, sentados alrededor de la mesa escuchaban al hombre que retornaba a
su lejana niñez relatando sus memorias.
–Usted
me preguntaba qué tenía el sahumerio... piedras, tenía... eran siete, una
para cada contra. Había una rosada, una blanca, una amarilla, una verdona...
más claras o más oscuras, pero llegaba a siete. Como son siete las contras de
la vida, vio? Bueno... una piedra contra el aborrecer, contra la envidia, contra
las brujerías... también le ponían romero que salva a la casa de todas las
maldades.
La
ventisca que rondaba la casa, le ofrecía un rumor de fondo al relato, a la vez
que quería entrar por las aquellas hendijas por donde el farol dejaba escapar
amarillos tajos de luz hacia lo negro de la noche.
–...
nos levantábamos temprano el día que le íbamos a dar de comer a la Pa chamama... todos madrugábamos
antes que viniera nadie, buscábamos algunas hierbas de las que habían por
ahí para el sahumerio, molle, salvia y se pasaba por toda la casa... ¡puta que
ha pasado el tiempo...!.
Nuevamente
el silencio se adueñó del sitio. Hasta el aire pareció detener por un momento
su andar para oír aquel salmo que brotaba como un rezo de los labios a aquel
a quien nunca habían oído cantar y ahora les regalaba aquel murmullo envolvente
y acariciador.
–¿Qué
era eso que cantaba, Mamaní? –Preguntó Felipe.
–Coplas...
más bien tristes que alegres... coplas eran... ya ni sé cuando las escuché...
Y
apurando la última ginebra, se calzó el sombrero y saludando con un gesto, se
marchó.
Al
cabo de un rato lo escucharon cantar a viva voz buscando el eco en los cerros
que lo rodeaban.
–...te
deje en la mañana cuando topé la apacheta[1]
mi acullico[2] de coca pa´ que
se aclare tu voz... me´i buscar una chola y al terminar la cosecha meta chicha[3] y bailando nos
macharemos[4] los dos...
Los
niños buscaron achicarse contra el padre que los envolvió con sus brazos
tranquilizándolos.
José,
pidiendo perdón mentalmente disparó su cámara por última vez, tratando de
captar ese momento, intacto como lo llevaría para siempre en su corazón.
Al
otro día partieron pero ya no eran los mismos.
Socavón
©Alfio Araujo
[1]
Apacheta: montículo
de piedras que hace el coya a la vera del camino, donde deja a modo de ofrenda,
coca, alcohol o algún alimento.
Se me hace imprescindible explicar la licencia que me tomé poniendo en la boca del coya una letra de un huayno moderno y probablemente desconocido por alguien como "intérprete", pero la intención era mostrar una visión moderna del sentimiento con el que se festeja precisamente hoy 1 de Agosto el Día de la Pachamama. Licencia,ya lo dije.
De paso, pueden escuchar a estas tres cantoras:. Mónica Abrahan, Ángela Irene y la Buja Salguero. en el link está le letra.
08 junio 2012
LOS CIRCULOS
Hoy pensaba en los círculos que es una familia. Por ejemplo, empezando
por mi papá y la Pila, que un día, viniendo de otros círculos se juntaron y
cayeron juntos en el mar de la vida comouna piedra al agua, con la misma
consecuencia: generar una serie de ondas que se propagaron de modo concéntrico
otro círculo en el que estábamos mis dos hermanas y yo.
Por nuestra parte, cada uno de los integrantes de ese círculo nos
juntamos una pareja y generamos, a la vez otro círculo. En el segundo anillo
estábamos Mely y Alberto, Pelusa y Sergio y Silvia –la mamá de mis hijos
mayores– y yo.
De ahí se generó un tercer eslabón con los descendientes del segundo:
Andrea, Martín, Paula y Ramiro Anzorena; Sergio Pablo y Rafael Muriel, y María
Paloma y Alfio Martín Araujo ... y las olas que se van alejando haciendo hondas
ondas. Alejándose de ese centro formado por el Alfio D. y la Josefina Ureta.
Pero, a la vez creando otro centro desde donde se van expandiendo.
En eso pensaba y sentí un profundo dolor al saber que partió uno de la
segunda línea de ese circulo que ha pasado a ser el primero. En centro, en
realidad, dada mi unicidad militando en lo que fue en su momento el segundo. No
se si se entiende: el único que queda de lo que supo ser el segundo cerco soy
yo, por que miré a mi alrededor, tomé lista y nadie levantó la mano diciendo
"presente señorita". Están todos, lo se. Los siento, los llevo
conmigo, pero el pañuelo que me alcanzaron no secaba las lágrimas de mis ojos.
Sólo las del alma; no es poco, lo se, pero a veces extraño…
Claro que por una extraña bendición de la vida, que agradezco cada día
de mi vida, he vuelto con todo mi camino a no sentirme solo gracias a Amancay y
su/nuestra descendencia. Pero volví a decir en voz alta lo que le dije a la
Mely cuando partió la Pelusa: "nos están pegando cerca las balas,
camarada."
Entonces como el mejor representante de ese círculo (alguna ventaja
tiene que tener ser el único) lancé esta recomendación: Chicos, mas vale que
nos veamos aunque sea una vez más. No vaya a ser cosa que empecemos a juntarnos
para los velorios. Los abrazo con el alma. Especialmente a vos, Rafael que has
perdido un hermano, un amigo, un compinche y alguien por quien, aun puteando te
preocupabas.
Levantemos las copas por los que se nos adelantaron. Yo espero
demorarme un poco más todavía.
Y Andrea me responde esto:
circulos ..y redes como telas de araña es la familia...estoy haciendo
la auto biografia para mi tesis ..y la puta que lo pario... me cambian las
fichas a cada rato y estoy cansada de llevarla tan pegada segando todo a mi
alrededor sin darme tiempo a respirar
.....en fin ...es bueno saber que contamos con vos ..o por lo menos
para mí… porque siento que vamos quedando guachos aunque la fuerza de los
anteriores empujen fuerte y vengan los nietos y mas primos. Pero estos no son
compañeros de ruta, son a los que tenemos que ir guiando y mostrando. Mi copa está
levantada... mi luz esta prendida mi rezo esta elevado.....buen viaje Pablito (
el más hincha pelotas) y voy a llorarte hasta reventar, porque estoy cansada de
hacerme la fuerte!!! honro y respeto tu destino y aquí me quedo un tiempo más.....
PARAO (CON VICENTINO)
Hay quien ve la luz al final de su tunel
Y construye un nuevo tunel, pa´ no ver,
Y se queda entre lo oscuro, y se consume,
Lamentando lo que nunca llegó a ser.
Yo no fui el mejor ejemplo y te lo admito,
Fácil es juzgar la noche al otro día;
Pero fui sincero, y éso sí lo grito,
Que yo nunca he hipotecado al alma mía!
Si yo he vivido parao, ay que me entierren parao; bv
Si pagué el precio que paga el que no vive arrodillao!
La vida me ha restregao, pero jamás me ha planchao.
En la buena y en la mala, voy con los dientes pelaos!
Sonriendo y de pie: siempre parao!
Las desgracias hacen fuerte al sentimiento
Si asimila cada golpe que ha aguantao.
La memoria se convierte en un sustento,
Celebrando cada rio que se ha cruzao.
Me pregunto, cómo puede creerse vivo,
La iluminación Rembrandt
Estudiando las Escuelas y los Movimientos
artísticos que en el mundo han sido (no todos, obviamente) recordé algo que
alguna vez habremos dicutido, conversado con otros fotógrafos: La iluminación
Rembrand, que lleva su nombre en razón de la técnica utilizada por este genio
de la pintura.
Existen retratos en los cuales se nota una pequeña
luz debajo de un ojo en sombra, de eso se trata y se denomina de ese modo dada
la cantidad de obras en las cuales recurre a ella en sus retratos al óleo, consistente
en aplicar una fuente de luz por encima de los ojos del modelo y conseguir que
la sombra en la parte no iluminada dejara un pequeño triángulo debajo del
ojo a causa de la sombra de la nariz.
Muchos fotógrafos la utilizan sin saber su origen,
lo cual, si bien no es imprescindible para lograr un buen retrato, por lo menos
es bueno conocer de dónde venimos para saber hacia a dónde vamos
Esta técnica de iluminación se utiliza en retratos, y aunque parece una
algo nimio, le da un punto a la fotografía muy interesante. ¿Cómo se consigue
en la actualidad? Pues prácticamente igual a como hacía Rembrandt, únicamente
hay que poner una fuente de luz (natural o artificial) por encima de la
vista del modelo, incidiendo sobre él preferentemente 45º, aunque se puede
conseguir con otras graduaciones dependiendo de la posición de la cabeza
y del tamaño. También se pueden utilizar pantallas para suavizar la luz o
añadir detalles, pero esto ya se aleja de la técnica tradicional, por llamarla
de alguna manera.
12 mayo 2012
Por ahí anda la Emilia, en
los quehaceres de la mañana, trasteando despacio. No quiere despertar
a su marido, el Fermín, que se ha amanecido regando.
Anoche le ha tocado el turno del agua[1]
y han andado hasta las tantas las luciérnagas blancas de los faroles Sol de
Noche entre las hileras y en los cuarteles de los parrales. ¿Botas de goma...? Qué van a tener botas de goma, alpargatas
y gracias. Por eso han vuelto los hombres
a las casas ateridos y mudos, con los dientes enclavijados por la helada.
-"Qué loco este Fermín... -se dice la
Emilia-, todavía me acuerdo de aquella tarde de domingo cuando me puso de
cara al cielo en la chipica[2].
Fue ya sobre el final del verano, en un paseo por los fondos de las fincas,
allá donde topan con el zanjón La Hedionda...[3]".
Le había hecho el amor siguiendo, ciego, sus
impulsos de muchachón, entre el canto chirriado de las chiriguas[4]
y el festejo zumbón de las abejas que tenían su propia vendimia en la melesca[5]
sin conocer de domingos.
-"Ahora nosotros
tampoco conocemos de domingos..."
-piensa en voz alta la mujer-.
"Lo conocí a principio del mismo verano,
en una fiesta e n la casa de la Carmen Zambataro (las mocosas de ahora a esas
fiestas las llaman malón). La mamá y la
tía de la Carmen nos cuidaban sentadas en el mismo rincón donde estaba el
Winco y de ahí salía el Leo Dan cantando: "Estelita qué linda que
está..." o "Santiago querido Santiago adorado..." pero el.que
más nos gustaba al Fermín y a mí era: "...La conocí un domingo hablamos
de pasión...".
No pudo evitar sonrojarse, pese al tiempo
transcurrido, al recordar la vergüenza que pasaba cuando él, con doble
intención se la cantaba delante de la mamá, después de aquella tarde de
domingo, y a ella, pobre Emilia, le parecía que se le notaba en la cara.
-"En la fiesta,
todas las chicas rumiábamos el chiclé y mirábamos a los varones, que, codo a
codo en la otra esquina de la pieza desocupada para tener espacio donde
bailar, juntaban coraje haciéndose los indiferentes, los hombres con el cigarrillo
en la mano: Las Vegas, Saratoga, Gálveston y aquellos que el Fermín me convidaba
pitadas, los mentolados esos... pucha no me acuerdo cómo se llamaban".
Pero eso fue después. Antes, la Carmen me lo
había presentado formalmente:
-Éste es el Fermín,
Emilia... es un primo que vive en el campo. Anda de visita, pero me parece que
tiene ganas como de quedarse.
Si hubo alguna
picardía en el comentario, fue seguramente sin intención, inocentemente.
-"Había venido
de un puesto de atrás del Nevado[6],
ya me parecía a mí que no era de por acá. Soy nacida y criada en la Colonia y
no lo tenía visto. Otra cosa me pareció: ya le gustaba yo"... Sus padres,
después me enteré, eran puesteros de esos de largos silencios, Y él no
conocía otras faenas que no fueran las del campo; no sabía de viñas pero quería
quedarse sin que le regalaran nada, trabajando en los surcos, aprendiendo. Además,
la Colonia fue lo más cerca que pudo llegar al centro cuando decidió bajar al
pueblo.
La tía lo recibió ofreciéndole casa y trabajo
en la pequeña finca: hacía falta una mano de varón para podar, atar,
desorillar, todas esas cosas que hace un hombre aparte de la cosecha. Además el tío ya estaba cansado de andar solo
y se le hacía cada vez más cuesta arriba tratar con los golondrinas[7].
Y así fue que se quedó; pero extrañaba a los padres, los hermanos, el
puesto y ese paisaje duro y seco que tanto me impresionó cuando me llevó a
conocerlos en la chatita del tío, al tiempo, cuando con la compañía de la Carmen,
mis padres no pudieron negarme el permiso.
-Ésta es la mamá...
Se llama Josefina -no me acuerdo haber recibido un beso más lindo en mi vida de
otra señora que no fuera de mi propia mamá.
-...El papá... se
llama Eusebio. -se levantó sacándose el sombrero y la mano que me dio,
calentita y firme, se quedó un ratito con la mía mientras me miraba
directamente a los ojos y yo supe que nunca más me iba a separar de esa
familia.
-Y la Filomena?
-preguntó el Fermín
-Anda por el puesto de
los Rojas... ya ha de estar al caer -contestó doña Josefina (después supe que
no le gustaba que le dijeran doña).
-Y el Solano ha ido a
buscar los chivos, pero también ya ha de venir. Los debe haber escuchado que
venían peludiando[8].
Después de las presentaciones, me enfrenté por
primera vez con uno de esos silencios largos a los cuales cuesta
acostumbrarse. Antes estuvo presente
la gentil invitación:
-Asiento... asiento.
-señalando las sillas bajas, que en sus inicios fueran de totora[9]
y ahora estaban forradas en cuero de chivo, mientras ellos se sentaban
acomodándose las bombachas en algunas partes remendadas, pero siempre limpias,
con el sombrero en la mano y la orden breve, sin desperdiciar palabras.
-Fermín, cuando
llegue el Solano, pillá carne[10],
así comemos más noche; de paso te vas a llevar vos también. Pa' vos y pa' la
chica, que le lleve algo a los padres.
-Sí papá. -y allá
salió retozando como si lo hubieran tenido atado. No me fue difícil comprender
dónde estaba la felicidad de este muchachón grandote y bueno que me había
elegido para madre de sus hijos.
Al rato llegó la Filomena, y con esa complicidad
fácil que tenemos a veces las mujeres, enseguida nos hicimos amigas y nos
llevó a la Carmen y a mí a la pieza y allí nos mostró lo que estaba juntando
"pa' cuando me case". Pa'
cuando ella se casara, pensé con más alegría que envidia.
Nosotros habíamos soñado con niños, pero todavía
faltaba tanto tiempo...
Cuando se encontraron con el Solano el abrazo
duró un largo rato, al separarse saltaban dando vueltas como cachorros, se tocaban y se decían
cosas que sólo ellos entendían sin importarle nada de los que estábamos a su
alrededor.
Yo pude ver en las
arruguitas que rodeaban los ojos de Don Eusebio, la ternura que le producía
ver a sus dos muchachos volviendo a ser niños.
Al finalizar el juego y el reconocimiento se
pusieron las manazas en los hombros y allá partieron a buscar los chivos
que iban a carnear para la noche. Nosotros, con la Filomena y la Carmen fuimos
a ver desde afuera del corral de pirca, la faena de acercarle a las madres
los chivatitos para que los amamantaran, pero nos retiramos cuando los varones
comenzaron a prepararse para el carneo, y nos fuimos a sentar con doña Josefina
en esas sillas petisitas.
-Filomena...
-Qué, mamá...
-Cuando hirva[11]
el agua prepará el mate... ponele un poquito de chinchil[12]
y traé las sopaipillas[13]
que la Emilia nos ha regalado un dulce
de tomate que vamos a probar... a ver si es tan rico como dice.
Yo me puse colorada hasta las orejas, pero
cuando le vi la picardía en esos ojitos, me di cuenta que no había maldad en
sus palabras. Todo era con ganas de
embromar, nomás.
Desde la distancia pude ver cuando el Solano
sosteniendo con la rodilla el cuerpo del animal, le pasaba por la garganta
el afilado cuchillo que había sacado de su cintura, y que luego limpió de
sangre en las alpargatas. El Fermín le ayudó a colgarlo de un palo que estaba
atravesado afuera del corral y con el facón de él, abrirlo desde el cogote
hasta las verijas. Con movimientos justos, como si no hubiera dejado de
hacerlo nunca, sacar las vísceras y tirárselas a los perros que andaban
merodeando sin acercarse por temor a los planazos[14]
con que los espantaban.
Eran muchos los perros, y tenían unos nombres
que demostraban a las claras la ternura parca de sus dueños: estaban el Mota,
el Chino, el Cachimba, y un poco más alejado uno que le llamaban el
Malo, o simplemente Perro. Con el único
que se daba era con el Fermín, y según me contaban, se había vuelto más hosco,
más huraño con la partida de su dueño. Tanto que a veces ni aceptaba la comida,
y otras desaparecía volviendo a la semana con huellas de peleas, heridas que
se sanaba lamiéndose. Comía cuises[15],
lagartijas y hasta alguna culebra supo traer colgada del hocico. Con el Fermín
se miraron un largo rato y cuando se reconocieron, el Perro no se le despegó
más de los talones. Cuando nos vinimos,
a instancias de la mamá del Fermín lo trajo para la casa y ahí se aquerenció
pronto.
-Ésta es mi novia...
-le decía al Malo el Fermín- cuidado con andar haciéndote el loco con ella...
me entendés?
El animal lo miró, inmóvil, como si de veras
comprendiera.
-Tenés que cuidarla
como si fuera yo mismo... estamos?
Y, a manera de cariño, le dio una cachetada en
el anca y el Perro se quedó quietito en el rincón y a mí me parecía que me
miraba con esos ojos amarillos, y no sabía cómo sentirme, si con miedo o más
confiada.
El tiempo me demostró que, a su manera me había
adoptado como parte de su propiedad. (...)
[5]melesca:
viene de miel. Se le denomina así a los racimos que los cosechadores dejan en
las hileras y al madurar son sumamente dulces.
[7]Peón
"golondrina": peón de juntada que, "va
de región en región / siguiendo el rastro del clima" A.Tejada
Gómez dixit
[8]Peludiar: hacer
lo que hace el "peludo": pozos. Esto es: cuando la huella es de muy
difícil tránsito, el vehículo se entierra y hay que sacarlo con más maña que
fuerza.
[9]Totora: Junco
o espadaña que crece en los terrenos húmedos. Se usa, entre otras cosas, para
el asiento de las sillas.
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