28 enero 2010
LOS ORGULLOS DE LA VIDA
Entre las virtudes que suelen frecuentar esos mis amigos está la humildad.
Les hago una propuesta guisa de juego: pinchen en este link:
http://www.youtube.com/watch?v=coeEehwBAyc
disfrútenlo y deduzcan las razones que me mueven a esta reflexión. Como ayuda hay una pista dentro de los comentarios.
Cuando aprenda voy a insertar directamente el video.
Disfruten. elalfio
26 enero 2010
Me salió el fotógrafo
Solo se fotografía bien aquello que se ama, aquello que se odia y aquello que no se puede hacer menos que fotografiar. Pero se hacen tambien fotografias para comer, que no es poca cosa"
LEYENDO EL DIARIO
"Había un lugar donde podría haberse planteado todo eso: el partido..., pero lo que debió haber sido el campo de desarrollo ideológico se transformó en esclerotizada estructura burocrática." (John William Cooke)
No, no fue una declaración reciente. J. W. Cooke murió el 19 de setiembre de 1968 y once años antes había afirmado:
“Lo que antes insinué tímidamente, debo afirmarlo ahora con toda mi responsabilidad: el Partido Justicialista puede ser el camino para que la corrupción penetre en el Peronismo” (...) “Ya esos hombre ensayaron el neoperonismo y la política de no violencia con la libertadora, que a estos efectos era torpe” (...) “el triunfo de esa tendencia nefasta es el mejor regalo que puede hacerse al gobierno”. J. W. Cooke, 5 febrero de 1959 (Tomo II, P. 148). *la copia faximil que se adjunta es una cartade autorización del Gral. Perón.
dejo otras reflexiones. esta vez de mano de Arturo Jaureche:
Las disputas de la izquierda argentina son como los perros de los mataderos: se pelean por las achuras, mientras el abastecedor se lleva la vaca
Dos hermanas de la vida
Son las mismas a las que junté cuando puse a la consideración "La Balada del álamo Carolina". Vaya este aporte para aquellos que necesitan sentir como el rugbier que lleva la guinda, que atrás viene un compañero, y otro y otro ...
EMPEÑO
Existen circunstancias que nos duelen
golpean en la boca, nos dejan muy cansados,
pesan sobre los hombros, nos quitan la emoción,
nos vuelven miserables, casi nada.
Y sin embargo nosotros continuamos con empeño
dando otra vuelta a la manija,
recorremos la noria como si fuera el mundo,
manejamos las manos como si fuesen pájaros,
cantamos las canciones como si fuéramos felices,
volvemos a empezar todo de nuevo.
HAMLET LIMA QUINTANA
se trata de un poema de Hamlet Lima Quintana que me compartió hace un tiempito Carlos W. Rivero. Gracias por eso, carlos. alfio
25 enero 2010
DOLINA
............................
–¿Cree que la sociedad actual, paradójicamente con mayores canales de información que nunca, es víctima inocente de ese sistema?
–Se confunde una lógica del desatino y un sentido común basado en falsedades o en razonamientos demenciales. El problema del Gobierno con el Banco Central se convierte en el centro de las conversaciones de todas las peluquerías. De pronto, tipos que como yo no sabían para qué sirve el Banco Central empiezan a expresar una opinión. La tendencia hace que la gente pase del desconocimiento más absoluto a la opinión más astuta. Porque, además, ni siquiera es una opinión cualquiera: la opinión que anda en la calle, la que recogen los noteros –esos cosechadores de desatinos– es ya una opinión llena de astucia, que ha ido y ha vuelto. Los que desconocen un asunto, lo primero que aprenden es la astucia, esa desconfianza que se representa con la guiñada de ojo. Es espantoso. Qué es esto de la astucia como virtud de los que desconocen un asunto.
–¿Pero esa relación entre sociedad y medios no existía treinta años atrás?
–Probablemente, quizá con menor potencia, pero a mí me parece que antes había algún escrúpulo. Hoy, los medios de comunicación o los empresarios que los manejan no tienen escrúpulo alguno. Periodistas hay de todo: buenos y malos, gente que no tendrá más remedio que decir lo que les dicen y otros que pensarán de esa manera. El inconveniente es que en este contexto la discusión política resulta innecesaria. ¿Para qué se necesita si ya con describir la realidad a través de un hecho policial se encuentra un discurso que genera indignación? ¿Para qué quiero hablar de política? No me conviene. Hablar de política es hablar del rol del Estado y señalar cuáles son las políticas del Gobierno y cuáles las de la oposición. Las políticas son acciones que llevan a un resultado. Por ejemplo: privilegiar el crecimiento del mercado interno es una política, tomar deuda es otra, hacer que el Estado intervenga para modificar las desigualdades que el mercado crea es una, dejar que el mercado dicte lo suyo es otra... No hay discusión política porque hay sectores que prefieren que no la haya. ¿Y entonces de qué hablan? De que le afanaron al cuñado. Nadie dice de dónde proviene la desigualdad social, el desamparo, que crea una circunstancia social donde la delincuencia es un elemento que se filtra.
–Hay estadísticas que demuestran que la pobreza no es sinónimo de delincuencia, sino que hay otros factores como la desigualdad social, la redistribución del ingreso o el nivel de corrupción o impunidad, que generan las condiciones para que la violencia social surja.
–Es que esta gente cree o quiere hacer creer que la delincuencia proviene de los sectores más humildes. Por eso hay que discutir sobre los daños de los delitos que cometen los poderosos, que incluso tienen aceptación social. Las empresas toman créditos por encima de sus posibilidades y generan un quilombo infernal a la economía doméstica de millones de tipos, y el Estado sale a rescatarlos. El prejuicio de la pobreza como base de la delincuencia es propio de los poderosos. También me da por pensar que, después de todo, son tantas las agresiones y los delitos perpetrados contra los que menos tienen que hasta diría que la clase media la está sacando barata: la reacción podría haber sido mucho peor.
–Después de este reportaje no va a faltar quien diga que es kirchnerista.
–No soy kirchnerista. No digo que sea un desatino estar en contra del Gobierno. El desatino es estar en contra del Gobierno por eso y no por otras cosas. Yo también encuentro en la gestión ciertos perfiles muy criticables. Probablemente el Gobierno no hizo todo lo que podía hacer respecto de la inseguridad, pero no ha sido peor de lo que han hecho otros gobiernos. Tampoco creo que la inseguridad actual sea peor o significativamente mayor a la que hubo históricamente. La inseguridad no es un tema a partir del cual se pueda describir una situación política.
20 enero 2010
EL ANALFABETO POLÍTICO
El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos: el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales.
Bertolt Brecht
UN PAR DE FOTOS y algo más
Haroldo Conti
A mi madre, doña Petrolina Lombardi de Conti, y a la ciudad de Chacabuco, mi pueblo.
Ciruelo de mi puerta, si no volviese yo,
la primavera siempre volverá.
Tú, florece.
Anónimo japonés
Uno piensa que los días de un árbol son todos iguales. Sobre todo si es un árbol viejo. No. Un día de un viejo árbol es un día del mundo.
Este álamo Carolina nació aquí mismo, exactamente, aunque el álamo Carolina, por lo que se sabe, viene mediante estaca y éste creció solo, asomó un día sobre esta tierra entre los pastos duros que la cubren como una pelambre, un pastito más, un miserable pastito expuesto a los vientos y al sol y a los bichos.
Y él creyó, por un tiempo, que no iba a ser más que eso hasta que un día notó que sobrepasaba los pastos y cuando el sol vino más fuerte y templó la tierra se hinchó por dentro y se puso rígido y sentía una gran atracción por las alturas, por trepar en dirección al cielo, y hasta sintió que había dentro de él como un camino, aunque todavía no supiese lo que era eso, lo supo recién al año siguiente cuando los pastos quedaron todavía más abajo y detrás de los pastos vio un alambrado y detrás del alambrado vio el camino, que es una especie de árbol recostado sobre la tierra con una rama aquí y otra allá, igual de secas y rugosas en el invierno y que florecen en las puntas para el verano, pues todas rematan en un mechoncito de árboles verdaderos.
Por ahí andan los hombres y el loco viento empujando nubes de polvo. También ya sabía para entonces lo que era una rama porque, después de las lluvias de agosto, sintió que su cuerpo se hinchaba en efecto aquí y allá y una parte de él se quedó ahí, no siguió más arriba, torció a un lado y creció sobre la tierra de costado igual que el camino.
Ahora es un viejo álamo carolina porque han pasado doce veranos, por lo menos, si no lleva mal la cuenta. Ahora crece más despacio, casi no crece. En primavera echa las hojas en el mismo sitio que estuvieron el otro verano y por arriba brotan unas crestitas de un verde más encarnado que al caer el sol se encienden como por dentro, pero él ahora no pretende más que eso, esa dulce luz del verano que lo recubre como un velo. Y dentro de esa luz está él, el viejo álamo, todo recuerdo. De alguna manera ya estaba así hace doce veranos cuando asomó sobre la tierra y crecer no fue nada más que como pensarse. Sólo que ahora recuerda todo eso, se piensa para atrás, y no nace otro árbol. En eso consiste la vejez, verde memoria.
Ahora es el comienzo del verano justamente y acaba de revestirse otra vez con todas sus hojas, de manera que como recién están echando el verde más fuerte (son como peque-ños árboles cada una) por la tarde, cuando el sol declina y se mete entre las ramas el álamo se enciende como una lámpara verde, y entonces llegan los pájaros que se remueven bulliciosamente entre las hojas buscando dónde pasar la noche y es el momento en que el viejo álamo Carolina recuerda.
A propósito de la noche, los pájaros y el verano. Recuerda, por ejemplo, a propósito de los pájaros, el primero de ellos que se posó sobre la primera rama, que ha quedado allá abajo pero entonces era el punto más alto, ya casi no da hojas y es tan gruesa como un pequeño árbol. En aquel tiempo era su parte más viva y sintió el pájaro sobre su piel, un agitado montoncito de plumas. Descansó un rato y luego reemprendió el vuelo. Recién dos veranos después, cuando divisó la primera casa de un hombre y detrás de ella la relampagueante línea del ferrocarril, una montera armó un nido en la horqueta de la última rama. Cortó y anudó ramitas pacientemente y así el álamo se convirtió en una casa, supo lo que era ser una casa, el alma que tiene una casa, como antes supo del camino y del alma del camino, ese ancho árbol florecido de sueños. El nido se columpiaba al extremo de la rama y él, aunque gustaba del loco viento de la tarde, procuraba no agitarse mucho por ese lado, le dio todo el cobijo que pudo, echó para allí más hojas que otras veces.
Al final del verano los pichones saltaron del nido y los sintió desplazarse temblorosos sobre la rama con sus delgadas patitas, tomar impulso una y otra vez y por fin lanzarse y caer en el aire como una hoja. Un árbol en verano es casi un pájaro. Se recubre de crocantes plumas que agita con el viento y sube, con sólo desearlo, desde el fondo de la tierra hasta la punta más alta, salta de una rama a otra todo pajarito, ave de madera en su verde jaula de fronda.
Ese verano fue el mismo del ferrocarril. Antes viene la casa. No vio la casa por completo, ni siquiera cuando, años después, trepó mucho más alto, sino lo que ve ahora mismo desde el brote más empinado, un techo de chapas que se inflama con el sol y una chimenea blanca que al atardecer lanza un penacho de humo. A veces el viento trae algunas voces.
Con todo él ha llegado hasta la casa en alguna forma, a través de las hojas de otoño que arrastra el viento. Con sus viejos ojos amarillos ha visto la casa aun por dentro, ha visto al hombre, flaco y duro con la piel res-quebrajada como la corteza de las primeras ramas, la mujer que huele a humo de madera, un par de chicos silenciosos con el pelo alborotado como los plumones de un pichón de montera.
Con sus viejas manos amarillas ha golpeado la puerta de tablas quebra-das, ha acariciado las descascaradas paredes de adobe encalado, y mano y ojo y amarillas alas de otoño ha co-rrido delante de la escoba de maíz de Guinea y trepado nuevamente al cielo en el humo oloroso de una fogata que anuncia el frío, el tiempo dormido del árbol y la tierra.
El ferrocarril pasa por detrás de la casa pero hubo de trepar hasta el otro verano, cuando volvieron las hojas y los pájaros, para entrever el brillo furtivo de las vías cortando a trechos la tierra. Ya había sentido el ruido, ese oscuro tumulto que agitaba el suelo porque el árbol crecía tanto por arriba como por debajo. Por debajo era un árbol húmedo de largas y húmedas ramas nacaradas que pe-netraban en la tibia noche de la tierra.
Por ahí vivía y sentía el árbol princi-palmente, por ahí su día era un día del mundo, así de ancho y profundo, porque la tierra que palpitaba debajo de él le enviaba toda clase de seña-les, era un fresco cuerpo lleno de vida que respiraba dulcemente bajo las hojas y el pasto y sostenía cuanto hay en este mundo, incluso a otros árboles con los cuales el viejo álamo Carolina se comunicaba a través de aquel húmedo corazón.
Al este, por donde nace el sol, había un bosque. Lo divisó una mañana con sus ojos verdes más altos y todas sus hojas temblaron con un brillo de escamas. Era un árbol más grande, el más grande y formidable de todos. Al caer la tarde, con el sol cruzado barriendo oblicuamente los pastos que parecían mansas llamitas, los árboles aquellos ardieron como un gran fuego. Por la noche, el álamo apuntó una de sus delgadas ramas subterráneas en aquella dirección y recibió la respuesta. No era un árbol más grande, era un bosque, es decir, un montón de ellos, tierra emplu-mada, alta y rumorosa hermandad.
¿Por qué no estaba él allí? ¿Por qué había nacido solitario? ¿Acaso él no era como un resumen del bosque, cada rama un árbol? Todas estas preguntas le respondió el bosque, sus hermanos, noche a noche. Esta y muchas otras porque a medida que se ponía viejo, en medio de aquella soledad, se llenaba de tantas pre-guntas como de pájaros a la tardecita. Los árboles no duermen pro-piamente, se adormecen, sobre todo en invierno cuando las altas estrellas se deslizan por sus ramas peladas como frías gotas de rocío. Es entonces cuando sienten con más fuerza todas aquellas voces y señales de la tierra.
Los animales de la noche salen de sus madrigueras y roen la oscuridad, un pájaro desvelado vuela hacia la luz de una casa, un bulto negro trota por el camino, los grillos vibran entre los pastos como cuerdas de cristal, un perro aúlla en la lejanía, el hombre se da vuelta en la cama y piensa cuántas fanegas dará el cuadro de trigo.
En este mismo momento, en esta noche tan quieta, la semilla está tra-bajando ahí abajo, el árbol la siente germinar, siente su pequeño es-fuerzo, cómo se hincha y se des-pliega y recorre, pulgada por pulgada, el mismo camino que ha trazado el deseo del hombre, que ha vuelto a dormirse y sueña con una suave ma-rea de espigas amarillas.
Y fue por ahí, por la tierra, que el ár-bol tuvo noticias del ferrocarril cuando un día sintió ese tumulto que subió por sus raíces. Tiempo después, luego de divisar la morada del hombre, vio por fin aquella alocada y ruidosa casa que con chimenea y todo corría sobre la tierra, y supo por ella que además de los pájaros gran parte de cuanto vive se mueve de un lado a otro y el viejo álamo, que entonces no era tan viejo pero sí árbol completo, sintió por primera vez el dolor de su fijeza.
Él sólo podía ir hacia arriba trazando un corto camino en el cielo y al co-mienzo del otoño volar en figura se-gún el viento en la trama de sus hojas. En cierto momento, después de la casa, el tren se transportaba entre sus ramas y a veces el pe-nacho de humo llegaba hasta el mismo álamo. Esto dependía del viento, del cual, por instrucción de los pájaros, el viejo álamo había aprendido a extraer otros muchos sucesos. Según soplase, él agitaba sus hojas como verdes plumas y simulaba temblorosos vuelos.
El viento subía y bajaba en frescas turbonadas por dentro de aquella jaula vegetal provocando, de acuerdo a la disposición del follaje, murmullos y silbidos que complacían al árbol músico.
Todo esto se aprende con los años, un verano tras otro, y luego para el árbol son materia de recuerdo en el invierno. El invierno comienza para él con la caída de la primera hoja. Un poco antes nota que se le adormecen las ramas más viejas y después el sueño avanza hacia adentro aunque nunca llega al corazón del árbol. En eso siente un tironcito y la primera hoja planea sobre el suelo. Así em-pieza.
Después cae el resto y el viento las revuelve, las dispersa, corren y se entremezclan con las hojas de otros árboles, cuando el viejo álamo Caro-lina ya se ha adormecido y piensa quietamente en el luminoso verano que, de algún modo, ya está en ca-mino a través de la tierra, por el tibio surco de su savia. La lluvia oscurece sus ramas y la escarcha las abrillanta como si fuesen de almendra. Algunas se quiebran con los vientos y el árbol se despabila por un momento, siente en todo su cuerpo esa pequeña muerte aunque él todavía se sostiene, sabe que perdurará otros veranos.
Hasta que allá por septiembre memo-ria y suceso se juntan en el tiempo y un dulce cosquilleo sube desde la oscuridad de la tierra, reanima su piel, desentumece las ramas y el viejo álamo Carolina se brota nuevamente de verdes ampollas. El aire ahora es más tibio y el hombre, al que observa desde el brote más alto, recorre el campo y espía las crestitas verdes que acaban de aparecer sobre la tierra.
Para mediados de octubre el viejo álamo está otra vez recubierto de fir-mes y oscuras hojas que brillan con el sol cuando la brisa las agita a la caída de la tarde. El sol para este tiempo es más firme y proyecta sobre el suelo la enorme sombra del árbol.
Fue en este verano, cuando el sol estaba bien alto y la sombra era más negra, que el hombre se acercó por fin hasta el árbol. Él lo vio venir a tra-vés del campo, negro y preciso sobre el caballo sudoroso. El hombre bajó del caballo y penetró en la sombra. Se quitó el sombrero cubierto de tie-rra, después de mirar hacia arriba y aspirar el fresco que se descolgaba de las ramas, y se quitó el sudor de la frente con la manga de la camisa.
Después el hombre, que parecía tan viejo como el viejo álamo Carolina, se sentó al pie del árbol y se recostó contra el tronco. Al rato el hombre se durmió y soñó que era un árbol.
.1205 de la calle Fitz Roy, en Villa Crespo
Volviendo a las pistas
EL HOMBRE QUE PLANTABA LEONES
Erase una vez un campesino que un día, en vez de frijoles, decidió sembrar leones en su campo.
–Pero, ¿qué sentido tiene cultivar leones? –decían sus vecinos.
–En el momento de la cosecha os daréis cuenta. –respondía nuestro campesino.
Llegó la primavera. Pero en su campo no crecieron leones sino conejos. Los vecinos no paraban de reír.
–No tiene frijoles, pero en compensación tiene conejos que le devoran todo lo que crece en su campo.
El hombre no se desanimó. El próximo año volvió a sembrar leones, y de nuevo cosechó conejos. La gente reía.
Con el pasar de los años el asunto dejó de ser divertido. Parecía normal que en aquella aldea en que todos plantaban cosas útiles y comestibles, hubiese un excéntrico que sembraba leones y cosechaba conejos.
Cuando el campesino murió, su hijo heredó el campo y sembró leones. Los vecinos empezaron a reír otra vez. Qué se puede creer!... Y sus carcajadas se volvieron burlonas cuando la cosecha fue de conejos.
Entonces el hijo comprendió que debía cesar. Plantó frijoles.
Los vecinos lo miraron con desprecio. Sacudiendo la cabeza sentenciaron:
–Su padre sí que era un hombre... sembraba leones. (*)
(*) Extractado de un reportaje y una nota a EUGENIO BARBA, Director del Odin Teatret de Dinamarca. Traducción de Luis Masgrau, aparecido en LA MAGA del miércoles 22 de Noviembre de 1995.