¿Por qué será que el Che tiene esta peligrosa costumbre de seguir naciendo?
Cuánto más lo insultan, lo manipulan, lo traicionan, Más nace.
El es el más nacedor de todos.
¿No será porque el Che decía lo que pensaba y hacía lo que decía?
¿No será que por eso sigue siendo tan extraordinario, en un mundo donde
las palabras y los hechos muy rara vez se encuentran, no se saludan,
porque no se reconocen?
TRISTEZA POR LA MUERTE DE UN HÉROE (Pablo Neruda)
Los que vivimos esta historia, esta muerte
y re
surrección de nuestra esperanza enlutada,
los que escogimos el combate y vimos crecer
las banderas, supimos que los más callados
fueron nuestros únicos héroes y que después
de las victorias llegaron los vociferantes
llena la boca de jactancia y de proezas
salivares.
El pueblo movió la cabeza:
y volvió el héroe a su silencio.
Pero el silencio se enlutó hasta ahogarnos en
el luto cuando moría en las montañas
el fuego ilustre de Guevara.
El comandante terminó asesinado en un
barranco.
Nadie dijo esta boca es mía.
Nadie lloró en los pueblos indios.
Nadie subió a los campanarios.
Nadie levantó los fusiles, y cobraron la
recompensa aquellos que vino a salvar
el comandante asesinado.
¿Qué pasó, medita el contrito, con estos
acontecimientos?
Y no se dice la verdad pero se cubre con
papel esta desdicha de metal.
Recién se abría el derrotero y cuando llegó la
derrota fue como un hacha que cayó
en la cisterna del silencio.
Bolivia volvió a su rencor, a sus oxidados
gorilas, a su miseria intransigente,
y como brujos asustados los sargentos de la
deshonrra, los generalitos del crimen,
escondieron con eficiencia el cadáver del
guerrillero como si el muerto los quemara.
La selva amarga se tragó los movimientos, los
caminos, y donde pasaron los pies
de la milicia exterminada hoy las lianas
aconsejaron una voz verde de raíces
y el ciervo salvaje volvió al follaje sin
estampidos.
Pablo Neruda
Quien merece un párrafo aparte, un reconocimiento, es el autor de la foto que tal vez haya sido en la historia de la fotografía, la más copiada, intervenida, manoseada, y malutilizada de todas las fotografías que en el mundo han sido. Me estoy refiriendo a Alberto Korda. Vale la pena conocer la historia de esa foto. Tal vez se asombren al leer que no cobró nunca nada por ese trabajo.
Alberto Korda tomó la clásica foto del Che con su vieja cámara Leica, provista de un lente de 90 milímetros, un semitelefoto de potencia regular, rayado por el uso en la superficie. Se hallaba a unos siete metros —¿o eran diez?— de distancia del comandante guerrillero y, precisa, sí, que era una tarde opaca, invernal. Eso explica, dice ahora, que la imagen no sea supernítida, que parezca envuelta en una aureola, que algunos crean verla como una nube en el ambiente: la cabeza solitaria del Che se difumina en una luz pareja y suave.
No hubo ninguna elaboración intelectual en eso. La luz solar, escasa, y el desgaste del lente imprimieron al retrato su atmósfera. ¿Y la composición? "Bueno, ya eso es otra cosa. Es eternamente mía", afirma. "Si yo le hubiera dado un poco más de negro en el hombro a la imagen, la foto se me hubiera caído". Llevé el negativo a la ampliadora, enderecé la figura y le di aire alrededor. Creo que el público exige esos detalles del encuadre. Por eso, al verla, encuentra una belleza y una armonía que no sabe de dónde salió, pero que es responsabilidad del artista, y eso es lo que hace que una foto pueda ser única.
La fecha: el 5 de marzo de 1960. Cubría como fotorreportero de Revolución la despedida del duelo de las víctimas del sabotaje, perpetrado por la CIA, al barco francés La Coubre —dinamitado en el puerto habanero—, y metido entre la muchedumbre paneaba con su cámara, de izquierda a derecha, el entarimado donde se emplazó la tribuna. De pronto, el Che avanzó hacia la primera fila para mirar la escena. Korda alcanzó a hacer uno, dos o tal vez tres disparos seguidos; un minuto, minuto y medio después, volvía a perderse el Che en el fondo de la tarima. Pero ya había captado la imagen, la misma que siete años después, a la muerte del guerrillero argentino, el editor italiano Feltrinelli (utilizando precisamente esa foto que le regalara en ese mismo 1967 el propio Korda a su paso por Cuba) difundiera en millones de carteles. Alberto Korda, dice, nunca cobró un centavo por dicha fotografía.
La foto que se menciona es la que hemos visto ya miles y miles de veces. Es la aqulla cuyo negativo tiene el maestro en la mano y está (posando en realidad -creo-) mirando a contraluz.
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