Por ahí anda la Emilia, en
los quehaceres de la mañana, trasteando despacio. No quiere despertar
a su marido, el Fermín, que se ha amanecido regando.
Anoche le ha tocado el turno del agua[1]
y han andado hasta las tantas las luciérnagas blancas de los faroles Sol de
Noche entre las hileras y en los cuarteles de los parrales. ¿Botas de goma...? Qué van a tener botas de goma, alpargatas
y gracias. Por eso han vuelto los hombres
a las casas ateridos y mudos, con los dientes enclavijados por la helada.
-"Qué loco este Fermín... -se dice la
Emilia-, todavía me acuerdo de aquella tarde de domingo cuando me puso de
cara al cielo en la chipica[2].
Fue ya sobre el final del verano, en un paseo por los fondos de las fincas,
allá donde topan con el zanjón La Hedionda...[3]".
Le había hecho el amor siguiendo, ciego, sus
impulsos de muchachón, entre el canto chirriado de las chiriguas[4]
y el festejo zumbón de las abejas que tenían su propia vendimia en la melesca[5]
sin conocer de domingos.
-"Ahora nosotros
tampoco conocemos de domingos..."
-piensa en voz alta la mujer-.
"Lo conocí a principio del mismo verano,
en una fiesta e n la casa de la Carmen Zambataro (las mocosas de ahora a esas
fiestas las llaman malón). La mamá y la
tía de la Carmen nos cuidaban sentadas en el mismo rincón donde estaba el
Winco y de ahí salía el Leo Dan cantando: "Estelita qué linda que
está..." o "Santiago querido Santiago adorado..." pero el.que
más nos gustaba al Fermín y a mí era: "...La conocí un domingo hablamos
de pasión...".
No pudo evitar sonrojarse, pese al tiempo
transcurrido, al recordar la vergüenza que pasaba cuando él, con doble
intención se la cantaba delante de la mamá, después de aquella tarde de
domingo, y a ella, pobre Emilia, le parecía que se le notaba en la cara.
-"En la fiesta,
todas las chicas rumiábamos el chiclé y mirábamos a los varones, que, codo a
codo en la otra esquina de la pieza desocupada para tener espacio donde
bailar, juntaban coraje haciéndose los indiferentes, los hombres con el cigarrillo
en la mano: Las Vegas, Saratoga, Gálveston y aquellos que el Fermín me convidaba
pitadas, los mentolados esos... pucha no me acuerdo cómo se llamaban".
Pero eso fue después. Antes, la Carmen me lo
había presentado formalmente:
-Éste es el Fermín,
Emilia... es un primo que vive en el campo. Anda de visita, pero me parece que
tiene ganas como de quedarse.
Si hubo alguna
picardía en el comentario, fue seguramente sin intención, inocentemente.
-"Había venido
de un puesto de atrás del Nevado[6],
ya me parecía a mí que no era de por acá. Soy nacida y criada en la Colonia y
no lo tenía visto. Otra cosa me pareció: ya le gustaba yo"... Sus padres,
después me enteré, eran puesteros de esos de largos silencios, Y él no
conocía otras faenas que no fueran las del campo; no sabía de viñas pero quería
quedarse sin que le regalaran nada, trabajando en los surcos, aprendiendo. Además,
la Colonia fue lo más cerca que pudo llegar al centro cuando decidió bajar al
pueblo.
La tía lo recibió ofreciéndole casa y trabajo
en la pequeña finca: hacía falta una mano de varón para podar, atar,
desorillar, todas esas cosas que hace un hombre aparte de la cosecha. Además el tío ya estaba cansado de andar solo
y se le hacía cada vez más cuesta arriba tratar con los golondrinas[7].
Y así fue que se quedó; pero extrañaba a los padres, los hermanos, el
puesto y ese paisaje duro y seco que tanto me impresionó cuando me llevó a
conocerlos en la chatita del tío, al tiempo, cuando con la compañía de la Carmen,
mis padres no pudieron negarme el permiso.
-Ésta es la mamá...
Se llama Josefina -no me acuerdo haber recibido un beso más lindo en mi vida de
otra señora que no fuera de mi propia mamá.
-...El papá... se
llama Eusebio. -se levantó sacándose el sombrero y la mano que me dio,
calentita y firme, se quedó un ratito con la mía mientras me miraba
directamente a los ojos y yo supe que nunca más me iba a separar de esa
familia.
-Y la Filomena?
-preguntó el Fermín
-Anda por el puesto de
los Rojas... ya ha de estar al caer -contestó doña Josefina (después supe que
no le gustaba que le dijeran doña).
-Y el Solano ha ido a
buscar los chivos, pero también ya ha de venir. Los debe haber escuchado que
venían peludiando[8].
Después de las presentaciones, me enfrenté por
primera vez con uno de esos silencios largos a los cuales cuesta
acostumbrarse. Antes estuvo presente
la gentil invitación:
-Asiento... asiento.
-señalando las sillas bajas, que en sus inicios fueran de totora[9]
y ahora estaban forradas en cuero de chivo, mientras ellos se sentaban
acomodándose las bombachas en algunas partes remendadas, pero siempre limpias,
con el sombrero en la mano y la orden breve, sin desperdiciar palabras.
-Fermín, cuando
llegue el Solano, pillá carne[10],
así comemos más noche; de paso te vas a llevar vos también. Pa' vos y pa' la
chica, que le lleve algo a los padres.
-Sí papá. -y allá
salió retozando como si lo hubieran tenido atado. No me fue difícil comprender
dónde estaba la felicidad de este muchachón grandote y bueno que me había
elegido para madre de sus hijos.
Al rato llegó la Filomena, y con esa complicidad
fácil que tenemos a veces las mujeres, enseguida nos hicimos amigas y nos
llevó a la Carmen y a mí a la pieza y allí nos mostró lo que estaba juntando
"pa' cuando me case". Pa'
cuando ella se casara, pensé con más alegría que envidia.
Nosotros habíamos soñado con niños, pero todavía
faltaba tanto tiempo...
Cuando se encontraron con el Solano el abrazo
duró un largo rato, al separarse saltaban dando vueltas como cachorros, se tocaban y se decían
cosas que sólo ellos entendían sin importarle nada de los que estábamos a su
alrededor.
Yo pude ver en las
arruguitas que rodeaban los ojos de Don Eusebio, la ternura que le producía
ver a sus dos muchachos volviendo a ser niños.
Al finalizar el juego y el reconocimiento se
pusieron las manazas en los hombros y allá partieron a buscar los chivos
que iban a carnear para la noche. Nosotros, con la Filomena y la Carmen fuimos
a ver desde afuera del corral de pirca, la faena de acercarle a las madres
los chivatitos para que los amamantaran, pero nos retiramos cuando los varones
comenzaron a prepararse para el carneo, y nos fuimos a sentar con doña Josefina
en esas sillas petisitas.
-Filomena...
-Qué, mamá...
-Cuando hirva[11]
el agua prepará el mate... ponele un poquito de chinchil[12]
y traé las sopaipillas[13]
que la Emilia nos ha regalado un dulce
de tomate que vamos a probar... a ver si es tan rico como dice.
Yo me puse colorada hasta las orejas, pero
cuando le vi la picardía en esos ojitos, me di cuenta que no había maldad en
sus palabras. Todo era con ganas de
embromar, nomás.
Desde la distancia pude ver cuando el Solano
sosteniendo con la rodilla el cuerpo del animal, le pasaba por la garganta
el afilado cuchillo que había sacado de su cintura, y que luego limpió de
sangre en las alpargatas. El Fermín le ayudó a colgarlo de un palo que estaba
atravesado afuera del corral y con el facón de él, abrirlo desde el cogote
hasta las verijas. Con movimientos justos, como si no hubiera dejado de
hacerlo nunca, sacar las vísceras y tirárselas a los perros que andaban
merodeando sin acercarse por temor a los planazos[14]
con que los espantaban.
Eran muchos los perros, y tenían unos nombres
que demostraban a las claras la ternura parca de sus dueños: estaban el Mota,
el Chino, el Cachimba, y un poco más alejado uno que le llamaban el
Malo, o simplemente Perro. Con el único
que se daba era con el Fermín, y según me contaban, se había vuelto más hosco,
más huraño con la partida de su dueño. Tanto que a veces ni aceptaba la comida,
y otras desaparecía volviendo a la semana con huellas de peleas, heridas que
se sanaba lamiéndose. Comía cuises[15],
lagartijas y hasta alguna culebra supo traer colgada del hocico. Con el Fermín
se miraron un largo rato y cuando se reconocieron, el Perro no se le despegó
más de los talones. Cuando nos vinimos,
a instancias de la mamá del Fermín lo trajo para la casa y ahí se aquerenció
pronto.
-Ésta es mi novia...
-le decía al Malo el Fermín- cuidado con andar haciéndote el loco con ella...
me entendés?
El animal lo miró, inmóvil, como si de veras
comprendiera.
-Tenés que cuidarla
como si fuera yo mismo... estamos?
Y, a manera de cariño, le dio una cachetada en
el anca y el Perro se quedó quietito en el rincón y a mí me parecía que me
miraba con esos ojos amarillos, y no sabía cómo sentirme, si con miedo o más
confiada.
El tiempo me demostró que, a su manera me había
adoptado como parte de su propiedad. (...)
[5]melesca:
viene de miel. Se le denomina así a los racimos que los cosechadores dejan en
las hileras y al madurar son sumamente dulces.
[7]Peón
"golondrina": peón de juntada que, "va
de región en región / siguiendo el rastro del clima" A.Tejada
Gómez dixit
[8]Peludiar: hacer
lo que hace el "peludo": pozos. Esto es: cuando la huella es de muy
difícil tránsito, el vehículo se entierra y hay que sacarlo con más maña que
fuerza.
[9]Totora: Junco
o espadaña que crece en los terrenos húmedos. Se usa, entre otras cosas, para
el asiento de las sillas.